Santa Rosa De Lima

Santa Rosa De Lima
Patrona Del Priorato Magistral Del Perú - Celebración 30 de Agosto

NON NOBIS DOMINE, NON NOBIS, SED NOMINE TUO DA GLORIAM




Orden De Los Pobres Caballeros De Cristo

Orden De Los Pobres Caballeros De Cristo
Supremus Militaris Ordo Templi Hierosolimitany - Maestrazgo Internacional Templario

martes, 19 de febrero de 2008

Carta de transmision de Larmenius


(Extraído de "Il Tempio", boletín no periódico de información interna de la Orden Soberana y Militar del Temple de Jerusalén, Gran Priorato de Italia, Nº 24 – 01/2001.Descifrado y traducido al italiano por J.S.M. WardTraducido al castellano por Juan Galo Della Torre)


Yo, Hermano Johannes Marcus Larmenius, de Jerusalén, por Gracia divina y por secretísimo decreto del venerable y santísimo Mártir, el Gran Maestre de la Caballería del Temple (a quien le vaya el honor y la gloria), confirmado por el Consejo común de los Hermanos, condecorado con el altísimo y supremo oficio de Maestre de la Orden del Temple entera, a todos vosotros que lean esta carta decretal [auguro] salud, salud, salud।Sepan todos, hermanos presentes y futuros, que veniéndome a faltar la fuerza a causa de la edad muy avanzada y teniendo en cuenta la dificultad de los asuntos y del peso del gobierno, por una mayor gloria de Dios y por la protección y la seguridad de la Orden de los hermanos y de los Estatutos, yo, humilde Maestre de la Caballería del Temple, he decidido deponer la Suprema Maestría en manos más vigorosas.Por lo tanto, con la ayuda de Dios y con el sólo consenso de la Suprema Asamblea de los caballeros, he conferido, y tramitado este decreto confiriendo en vida, al eminente Comendador y mi queridísimo hermano Theobald de Alejandría la Suprema Maestría de la Orden del Templo, su autoridad, sus privilegios, además que el poder, cuando se presentaron las condiciones temporales y materiales, de transmitir a otro hermano, distinguido por los nobles orígenes por carácter y cultura, la Suma y Suprema Maestría de la Orden del Temple, y la máxima autoridad. Que pueda aspirar a preservar la perpetuidad de la Maestría, la ininterrupta serie de sucesos y la integridad de los Estatutos. Ordeno, todavía, que la Maestría no pueda ser cedida sin el consenso de la Asamblea General del Temple todas las veces que la Suprema Asamblea decida reunirse y, cuando esto ocurra, el sucesor sea selecto por el voto de los caballeros.Pero, como las funciones del Supremo Oficio no se han transmitido aún, vengo a nombrar ahora y para siempre cuatro Vicarios del Supremo Maestre, detentor del poder, eminencia y autoridad suma sobre la orden entera, a excepción del derecho del Supremo Maestre. Los susodichos Vicarios serán elegidos por los Ancianos, según el orden de profesión. Que este estatuto sea conforme al visto (encomendado a mí y a los hermanos) de nuestro sobrecitado santísimo Venerable y benedictísimo Maestre, el Mártir, a quien vaya el honor y la gloria. AménEn fin, por decreto de la Asamblea Suprema, en virtud de la autoridad suprema que me ha conferido, yo quiero, digo y ordeno que los desertores Templarios de Escocia de la Orden sean maldecidos con una anatema y que, junto a los hermanos de San Juan de Jerusalén, saqueadores de los dominios de la Caballería (que Dios tenga piedad de ellos), sean excluidos del círculo del Temple, ahora y por siempre.A tal fin he establecido estos signos desconocidos , que no deben ser revelados a falsos hermanos y que deberán transmitirse oralmente a nuestros compañeros caballeros, de la manera que he retenido adecuadamente para la Asamblea Suprema. Tales signos, deben ser revelados sólo después de la debida profesión y consagración caballeresca, siguiendo los términos de los estatutos, del derecho y de las costumbres de la Orden de los Compañeros Caballeros del Temple, por mi enderezados para el susodicho eminente comendador, así como yo los recibí de las manos del Venerable y santísimo Maestre el Mártir (a quien le vayan el honor y la gloria). Que así sea, como he dicho. Amén.

Yo, Johannes Marcus Larmenius, he escrito esto el 18 de febrero de 1324.
Yo, Theobald, recibo las Suprema Maestranza, con la ayuda de Dios, en el año de Cristo 1324.
Yo, Arnald de Braque, recibo la Suprema Maestranza, con la ayuda de Dios en el 1340 d.C.
Yo, John de Clermont, recibo la Suprema Maestranza, con la ayuda de Dios, en el 1349.
Yo, Bertrand Guescelin , etc. En el año de Cristo 1357.
Yo, Hermano John de L´Armagnac, etc., en el año de Xt . 1381.
Yo, humilde Hermano, Bertrand de L´Armagnac, etc. en el año de Xt. 1392.
Yo, John de L´Armagnac, etc. en el año de Xt. 1418.
Yo, John Croviacensis [de Croy], etc. en el año de Xto., 1451.
Yo, Robert de Lenoncould, etc. en el 1478, d.C.
Yo, Galeas Salazar, humildísimo Hermano del Temple, etc. en el año de Cristo 1496.
Yo, Philip de Chabot ... 1516 d.C.
Yo Gaspard Cesinia [?] Salsis de Chobaune, etc. 1544 d.C.
Yo, Henry Montmorency [?],... 1574 d.C.
Yo, Charles Valasius [de Valois] ... año 1615.
Yo, James Rufelius [de] Grencey ... año 1651.
Yo, John Durfort of Thonnas ... año 1681.
Yo, Philip d´Orléans ... 1705 d.C.
Yo, Louis Auguste Bourbon del Maine ... año 1724.
Yo, Bourbon-Conde ... año 1787 d.C. [Existieron muchas localidades llamadas Condado]
Yo, Louis François Bourbon-Conty ... 1741 d.C.
Yo, de Cosse-Brissac [Louis Hércules Timoleon] ... 1776 d.C.
Yo, Cla[u]de Matthew Radix-de-Chavillon, anciano Maestre-Vicario del Temple, estando afectado por una grave enfermedad, en presencia del Hermano Prosper Michael Charpentier di Saintot, Bernard Raymond Fabre, Maestre-Vicario del Temple y de Jean-Baptiste Auguste de Courchant, Preceptor Supremo, he cofirmado [esta] carta decretal depositada ante mí en tiempos infelices de Louis Timoleon de Cosse-Brissac, Maestre Supremo del Temple y enviada al Hermano Jacques Philippe Ledru, Anciano Maestre-Vicario del Temple de Messines [Misseniacum?]; que esta carta pueda, a su tiempo debido, prosperar a la memoria perpetua de nuestra Orden, según el rito oriental. 10 de Junio de 1804.
Yo, Bernard Raymond Fabre Cardoal , de acuerdo con el voto del mis colegas los Maestres-Vicarios y hermanos Compañeros Caballeros, acepto la Maestría el 4 de noviembre de 1804.


Non Nobis
Fr.+ J.M.Nicolau
(texto extraido de http://www.templebalear.org/, publicado por el Maestre de la Orden)

lunes, 18 de febrero de 2008

Los Maestres

Jackes de Molay
Estos importantes personajes (por que no hay que olvidar que están a la cabeza del ejercito más poderoso, más organizado y más rico del mundo conocido, de hecho se decía que prácticamente detentaban el grado de príncipes) tuvieron diferentes destinos. Unos pasaron rápidos como cometas y otros ostentaron durante mucho tiempo su cargo. Tenemos que recordar que los grandes Maestres eran elegidos de por vida, a semejanza del Papa. A veces morían en combate, como fue el caso de Bernard de Tramelay, Gerard de Ridefort, Armand de Piregord, Guillaume de Sonnac y Guillaume de Beaujeu que murieron con la espada en la mano. Otros como Odon de Saint-Amand murieron en prisión donde lo habían encarcelado los musulmanes por que se negó a que la Orden pagara el rescate. Algunos renunciaron a la vida de la Orden como Pierre de Montaigu que dimitió o como Evrard de Barres que se convirtió en monje. No podemos olvidar el caso de Arnaud de Torroge que fue hecho prisionero y liberado bajo la promesa de no volver a alzarse en armas contra los musulmanes. Por esta razón dimitió y se convirtió en un gran preceptor de la Orden, una clase de altos dignatarios Templarios en la que según de dice habría que buscar la “Milicia Secreta” de la Orden y ya por ultimo hemos querido dejar para el final el caso del Gran Maestre Jacques de Molay en cuya persona se cometió uno de los mayores asesinatos jurídicos de la Historia, ya que fue condenado y quemado en la hoguera por la Inquisición, siendo como se sabía y se sabe totalmente inocente. (Prueba de ello es el documento encontrado por la doctora Bárbara Frale en el Archivo Secreto de Vaticano, donde el Papa Clemente V “exculpa” y absuelve a la Orden de todas las acusaciones que se le imputan, a parte de reconocer la inocencia de los altos dirigentes de la misma. Este documento se firmó el verano de 1.308, un año después de la detención de los Caballeros en Francia y cuando J. B. de Molay se encontraba preso en Aviñon).Los Grandes Maestros Templarios, en general estuvieron a la altura de su cargo; si bien es cierto que se le puede reprochar a Molay que no reaccionara de otra forma cuando lo apresaron el 13 de Octubre del año 1.307 y que se dejara influenciar por personas a las que él consideraba “amigos” pero que en realidad tan solo buscaban enriquecerse a costa de la destrucción de la Orden.Aunque sea raro para algunos fueron 22 los Grandes Maestres, ni uno más ni uno menos, aunque hay quien gusta de introducir en esta lista a algún Maestre provincial por simpatías o equivocaciones pero la realidad es que fueron 22. Los citaremos a continuación, así como las fechas en las que adoptaron la responsabilidad del destino de la Orden y de los Caballeros del Temple.No siempre se les llamó “Gran Maestre” esto tan sólo sucedió a partir del año 1.153, anteriormente solo era llamado Maestre (este cargo pasó a pertenecer a los Maestres llamados Provinciales) sin embargo aunque fuera llamado Gran Maestre firmaban sus actas como Magíster Humilis, o Magíster Militiae Templi. El electo de forma obligatoria tenía que ser caballero y con mucha frecuencia había desempeñado un cargo importante en tierra santa.La autoridad del maestre es real pero no absoluta, pues está limitada por las acciones del capítulo o del convento (Hoy por hoy llamado Consejo magistral). Los Hermanos del Temple deben obedecer al Maestre y este debe de consultar y en caso de discrepar aceptar la decisión mayoritaria que aquellos que componen el Capítulo o Consejo Magistral.Antiguamente sólo con la venia del Capítulo y el voto mayoritario de sus miembros puede:
  • Modificar o añadir un artículo a la Regla.
  • Concluir un tratado.
  • Enajenar o vender los bienes de la Orden.
  • Nombrar los Grandes Comendadores de Provincias.
  • Disponer del Tesoro.
  • Aceptar una candidatura.

  • Retirar el hábito o condenar a la pérdida de la casa.

El estudio particular de los 22 Grandes Maestres nos permite, analizando la personalidad y las acciones de cada uno, valorar mejor esa noble, apabullante y estresante función.De entrada vamos a examinar la composición de su “casa”. En sus relaciones con los Soberanos, el Maestre de Temple detentaba el rango de Príncipe y su Casa debía estar a la altura de esa posición.Estaba compuesta por:
  • Un Capellán, hermano de la Orden.

  • Dos escuderos, encargados de sus armas.

  • Un secretario permanente o dos que a veces podía ser musulmán ( sobre todo de tierra Santa).

  • Un Turcópole (que era un musulmán convertido al cristianismo conocedor del terreno y de las costumbres locales en Tierra Santa).

  • Un cocinero.
  • Dos criados y un Mariscal Hermano.


De dos a cuatro caballeros lo escoltaban en todos sus desplazamientos y cabalgaban detrás de él.
En Campaña su tienda era redonda en recuerdo del santo sepulcro, se levantaba en medio del campamento con el Bausante plantado a la entrada. El Cetro de este “príncipe” era un bastón que tenía el tamaño aproximado de una Toesa que proyectaba hacia el cielo una espiral que llevaba grabada la “Cruz Paté” escarlata. Las raíces de este singular bastón o ábaco se remontan al parecer a la fraternidad Pitagórica.Y ahora os dejamos con los 22 Grandes Maestres del temple (1.118-1.314):

1. Hugo de Payns (1118-1136)



Hugues de payns fue el primer Gran Maestre de la Orden del Temple। Su mandato duró 18 años (1.118-1.136). Nació en 1.080, en Champagne (región de Troyes). Fué armado caballero y dueño de las tierras de Payens, cerca de Troyes, también fue poseedor de otro feudo cerca de Tonnerre. Casado con Eremburge, enviudó en 1.126. Padre de Thibaud, quien posteriormente fue abad del Monasterio de Saint-Colombe. Llegó a tierra santa en 1.104, en una peregrinación organizada por el conde Hugues de Champagne. Colaboró con Geoffroy de Saint Omer en la reconstrucción de la torre que con el tiempo sería el Château-Pèlerin. Formuló sus votos definitivos en 1.119 y fijó su residencia en Jerusalem, donde fundó la Orden de los Monjes-Soldados, a la que dió su propio escudo (una cruz paté de gules en campo de plata). En 1.126 efectúa un largo viaje a occidente, en compañía de Gondemare y André de Montbard, llevando consigo carta de recomendación de Balduino II. Una de ellas dirigida al Papa Honorio III, donde solicitan la consolidación de su orden. Otra está dirigida a Bernardo de Claraval, en la cual le solicitan que redacte las reglas de la Orden del Temple. Este accedió de inmediato a la súplica. El 13 de enero de 1.128 se celebra el Concilio de Troyes. El objetivo que mueve a Hugues es doble: por un lado lograr que el Concilio proclame el reconocimiento canónico de la orden del Temple y por otro lado obtener la elaboración de la regla creada por Bernardo, y escrita en latín por Johan Michel. La traducción de esta regla, del latín al francés, duró 25 años (1.140-1.165).

2. Roberto de Craon (1136 - 1139)

Hijo de Renaud de Bourgoing, Sir de Craon, apodado el Bourguignon (el Borgoñano o de Borgoña), como su bisabuelo paterno. Fue el sucesor de Hugues de Payns en el magisterio del Temple. Originario de Maine (región de Vitré), fue el menor de tres hermanos y se estableció en Aquitania donde el Conde de Angoulême lo prometió con la hija del señor de Confolens y de Chabannes. Pero cuando Hugues llegó a Francia, Robert retiró su palabra de matrimonio, partió hacia Palestina y se hizo Caballero Templario. Su valor le sirvió de recomendación cuando en 1.136 fue nombrado Gran Maestre del Temple. Su escudo de armas era acuartelado. En 1º y 4º tenía la cruz del temple; en 2º y 3º losanjes con rombos de oro en campo de gules. Fue Senescal dentro de la orden, bajo el mandato de Hugues de Payns. Organizó la colecta de las donaciones que recibía la orden y rechazó el legado del Rey de Aragón, Alfonso I, que hubiera puesto en contra de la orden a la nobleza española. Consiguió la Omne Datum Optimun (la bula), en 1.139, otorgada por el Papa Inocente III. Con ello obtuvo importantes privilegios:
  • Liberación de la tutela eclesiástica.
  • Permiso para construir capillas, oratorios y cementerios.
  • Dispensa de la autoridad del patriarca de Jerusalén.
  • Autorización para crear un cuerpo de capellanes que dispensen los sacramentos.



El 27 de Abril de 1.147, el papa Eugenio III, les concede la cruz bermeja, que a partir de entonces la llevarían en el costado izquierdo de los mantos blancos. Robert redacto los estatutos de las encomiendas, de las provincias y del capítulo general. Puso en pie una red de comunicaciones con los emires del islam e instituyó la costumbre de dotar de secretarios
árabes a la orden.


3. Everardo de Barres (1149-1152)



Nació en Campagne, región de Meaux. Su mayor azaña fue salvar al rey Luis VII de los turcos. Cuando el moncarca francés llegó a Antioquía, sus arcas estaban vacías y fue Evrard quien consiguió, en San Juan de Acre, los 2.000 marcos de plata que hacían falta para proseguir la guerra. El rey amaba a los templarios y ordenó que el ejército entero siguiera su ejemplo. Ingresó muy joven en la orden. En el fondo no era un guerrero y estaba convencido de que la vida contemplativa era el camino más seguro para alcanzar la paz y la iluminación. Regresó a Occidente junto al rey de Francia y fue ordenado monje en Claraval. Después de ser admitido presentó su dimisión. Murió en 1.174 a los 84 años.

4. Bernardo de Trémélai (1152-1153)


Bernard de Tremelay (1.152-1.153)Cuarto Maestre en la Orden del Temple, nació en Franche-Comté, en el castillo que lleva su nombre, dentro de la baronía de Arinthod, Condado de Bourgogne. Hijo de Humbert, señor de Trémelay. Su apellido a veces aparece como Dramelay. Fortificó las plazas fuertes principales de la Orden en Tierra Santa y particularmente las ciudades costeras. En 1.153 el rey de Jerusalem decide reconquistar Ascalón, que entonces se encontraba en manos de los turcos. El 16 de agosto, en un combate que enfrentó a 40 templarios, que penetraron en la ciudad, bajo las órdenes de Bernard de Trémelay, éste perdió la vida. Fue el primer Gran Maestre muerto en combate. No fue en vano, ya que pocos días más tarde el rey Balduino III se apoderó de Ascalón. Su escudo de armas era acuartelado. En 1º y 4º la cruz del Temple y en 2º y 3º, sobre fondo de oro, borde de gules.

5. Andrés de Montbard (1156-1169)


Tío de Bernardo de Claraval. Nació en Bourgogne y tuvo el título de señor de Montbard. Fue uno de los nueve fundadores de la Orden. Ocupó el quinto puesto en la lista de los Grandes Maestres, como sucesor de Bernard de Trémelay, a una avanzada edad. Fue senescal durante muchos años y conocía perfectamente el funcionamiento de la orden. Cedió el puesto al sexto Maestre, Bertrand de Blanquefort. Murió en Claraval en 1.156, con las austeras vestiduras del hábito cisterciense. Escudo de Armas acuartelado. Siguiendo la misma tónica que los anteriores, en 1º y 4º la cruz del temple y en 2º y 3º, sobre fondo azul, dos barbos de plata adosados.

6. Bertrand de Blanquefort (1169-1171)


Originario de Aquitania, región de Bordeaux, hijo de Godofredo, señor de Blanquefort. Su familia estaba aliada, por tradición, a la de los De Goth, uno de cuyos descendientes fue Clemente V. Poco después de ser elegido, defendió la retaguardia del rey Balduino III, en el Vado de Jacobo. Cae prisionero junto con ochenta y ocho caballeros más, por Nur El Din. Estuvo prisionero durante tres años en la fortaleza conocida por Alepo, hasta que el emperador bizantino Manuel Comneno lo liberó, pagando el rescate solicitado. Fue nombrado príncipe por el rey de Francia Luis VII, quien le tenía un alto aprecio, y lo designó "maestre por la gracia de Dios". Su fama era de hombre justo y piadoso, aunque era muy hábil en el arte de la guerra. Redactó las "Retractaciones", que era una adaptación de la regla al terreno. En ella se fijó el uso jerárquico de la Orden, en especial los relacionados con los poderes del Maestre: Todos los hermanos del Temple deben obediencia al maestre y el maestre debe obediencia a los hermanos. ara poder nombrar un dignatario, comprometer algún bien de la orden o emprender acciones de guerra, el maestre necesitaba la aprobación de los hermanos. Estos también podían exigir la dimisión del Maestre, si éste faltaba a la regla o a las "Retractaciones". Durante su mandato el bastón de mando se convierte en el ábaco pitagórico con la cruz de la orden grabada. Con Blanquefort se perfila la originalidad y la sabiduría de la política diplomática de la orden; ello consistió en mantener el equilibrio entre las dos potencias que rodeaban el reino de Jerusalen: El Cairo y Damasco. Presionado por el emperador de Bizancio, el rey Amaury, sucesor de Balduino III, en 1.168 rompió la alianza que le ligaba al sultán Chawer y atacó Egipto. Los caballeros hospitalarios aceptaron participar en la enmienda pero Blanquefort se lo denegó, porque pensó que era peligroso y desleal. Bernard de Blanquefort falleció el 2 de Enero de 1.169 Escudo de Armas también acuartelado, en 1º y 4º la cruz del temple y en 2º y 3º fajado contra fajado de oro y gules, de cuatro piezas.

7. Philippe de Milly de Nablus (1169 - 1171)


Nacido en Naplouse, Siria, pero originario de Picardie. Hijo primogénito de Guy de Milly y Stéphanie, dama flamenca. Después de la muerte de su mujer ingresó en la orden de los Caballeros Templarios, y por su conducta fue elegido Gran Maestre. No duró mucho tiempo su mandato, en 1.171 renunció al mismo. En la primavera de 1.170 un temblor de tierra sacude la mayor parte del territorio Sirio, quedando sus ciudades reducidas a un montón de piedras. Vivió un período difícil pero contaba con la amistad que le profesaba el rey de Jerusalén. Los antepasados de Milly habían participado en la primera cruzada y habían echado raíces en Tierra Santa. Hablaba francés, árabe y armenio y se decía que era un versado en la ciencia de los musulmanes. Participó en el sitio de Damasco en la segunda cruzada. Fue amo del señorío de Ultra Jordania, situado en la ribera opuesta del Mar Muerto, en el antiguo reino de los nabateos. El rey Amaury le propuso cambiar ese feudo por el de Naplouse, más cercano a Jerusalén. Pero Milly no lo aceptó y dimitió de sus funciones antes de la Semana Santa de 1.171. Fue compañero de viaje de Amaury en su camino hacia Constantinopla y a partir de aquí se perdió su pista. Se dice que se hizo monje y que murió antes de acabar ese mismo año. Escudo acuartelado, en 1º y 4º la cruz del temple de gules y en 2º y 3º fondo negro con borde de plata.

8. Odo de Saint-Amand (1171-1179)


Eudes de Saint-Amand (1.171-1.179) Orihundo de Provenza. Fue un excelente guerrero y participó en todas las batallas. Sobretodo se destacó en la gran batalla de Montgisart, la única victoria de los francos sobre los musulmanes. El rey Amaury concluyó un pacto con el jefe de la secta ismaelita de los Assassis, El Beled. Eudes se opone a dicho tratado, ya que dispensaba a los Assassis a pagar el tributo a los templarios. Contrariamente a su precedesor, Philippe de Milly, contaba en su poder con una larga carrera en la orden, en el momento de su elección. Había desempeñado los cargos de copero mayor, senescal y mariscal. El objetivo principal de Eudes fue conservar la independencia de la orden respecto al rey de Jerusalén y de otras órdenes de monjes-soldados, en concreto los hospitalarios. Tras un período de relaciones bastante agitadas, Eudes junto con el Maestre de los Hospitalarios, Roger de Moulins, redactaron un protocolo destinado a dirimir las diferencias entre las dos familias. El papa Alejandro III lo aprobó y lo firmó el 2 de Agosto de 1.179. Durante su mandato acabó de construir el castillo del Vado de Jacobo, pero su actividad fue brutalmente interrumpida por la batalla de Merdj-Aïoum. Fue hecho prisionero por Saladino y murió el 8 de octubre de 1.179 en una mazmorra, después de haberse negado a recobrar la libertad a cambio del pago de un rescate. Respondió: "Por ningún motivo quiero dar un ejemplo que fomente la cobardía entre los monjes, que se dejarían capturar teniendo en mente el pago de un rescate. Un Templario debe vencer o morir. Un rescate sólo se puede pagar con el propio puñal o el cinturón." Escudo acuartelado, en 1º y 4º la cruz del temple de gules y en 2º y 3º en campo de sinople tres fajas de plata y un borde dentellado.

9. Arnold de Torroges (1185 - 1190)


Natural de Aragón. Su verdadero nombre es Arnaud de Turri Rubea (su apellido significa una torre roja o una tierra escarlata con fuertes resonancias alquímicas). No es un fanático de la guerra, más bien es un hombre humilde con inclinaciones religiosas. Fue elegido Maestre a una avanzada edad. En 1.184 se ve obligado a firmar una paz deplorable con Saladino, que convierte aún más precaria la situación de los francos en Siria. Parte hacia Europa junto con el Maestre de los Hospitalarios y el rey de Jerusalén, para advertir al Papa y a los príncipes cristianos de los peligros que se cierran sobre Jerusalén. El objetivo principal de este viaje es ofrecer a Enrique II Plantagenet la corona de Jerusalén en caso de muerte del pequeño Balduino, hijo de Balduino, IV el rey leproso. Pero Toroge cae enfermo durante el viaje y fallece súbitamente en Verona el 30 de Septiembre de 1.184. Escudo acuartelado, en 1º y 4º la cruz del temple y en 2º y 3º torre de gules sobre campo de plata.


10. Gerard de Ridefort (1185 - 1190)


Una de las páginas más trágicas de la gesta templaria se escribe con el nombramiento del décimo Maestre de la orden, Gérard de Ridefort, el 4 de octubre de 1.185. Será el último Maestre electo en la casa capitana de la Orden. De origen flamenco y perteneciente a la nobleza de Flandes, es el prototipo de caballero errante, que marchó a Tierra Santa en busca de fortuna. Entra al servicio del Conde Raymond de Trípoli, quien al principio le favorece y más tarde lo deja en la estacada por un asunto de dinero. Al llegar a Jerusalén enferma y es acogido por los templarios. Una vez curado decide entrar a formar parte de la Orden. Su carrera fue fulgurante, en 1.183 ocupa el cargo de senescal. Sin embargo su obra su catastrófica. Hagamos una composición de lugar: Balduino IV ha muerto en 1.185, el trono le corresponde a su hermana Sybille, madre del presunto heredero, Balduino V. Antes de morir, el rey leproso preocupado por el futuro de su reino, hace testamento nombrando como regente a Raymond III de Trípoli. Cuando en 1.186 muere Balduino V se desencadena la lucha por la sucesión. Por una parte está el bando de los Lusignan, con Gui, esposo de Sybille, y por otro lado el clan de Raymond, que se siente legitimado por la elección de Balduino IV y a quien apoyan los barones de Tierra Santa. Entre los hombres que se mantienen fieles a Gui está Gérard de Ridefort. El 20 de julio de 1.186 se produce un golpe de estado, Sybille corona en el Santo Sepulcro a su esposo Gui de Lusignan. El reino corre un grave peligro en poder de un hombre tan venal, y las derrotas se van sucediendo una tras otra. En Casal-Robert siete mil mamelucos aplastan al ejército de los francos. Mueren ciento cuarenta templarios y sólo uno de ellos se salva: Gérard de Ridefort. A principios de 1.187, cuando Saladino da cuenta de los hombres de Lusignan, doscientos treinta templarios son ejecutados por no querer convertirse al islam, en esta ocasión también solo sobrevive uno de ellos: Gérard de Ridefort. Obliga a las ciudades de Gaza y Ascalón a rendirse sin presentar combate a Saladino. Poco después de la batalla de Hattim, el amo del islam se apodera de Jerusalén y convierte la casa de los templarios en una mezquita (Al Aksa). Ridefort murió en 1.190 combatiendo ante las murallas de San Juan de Acre.Escudo acuartelado, en 1º y 4º la cruz del temple y en 2º y 3º sobre campo de oro un león de sable, armado y lamparado de gules.


11. Robert de Sablé (1191 - 1193)


Nacido en Maine, ocupó el puesto de Maestre 18 meses después de la muerte de Ridefort, tiempo durante el cual la plaza estuvo vacante. Robert III, señor de Sable, estuvo aliado con la ilustre familia de Craon en Anjou. Cuando fue elegido Maestre hacía muy poco tiempo que había entrado a formar parte de la Orden. Perteneció al círculo íntimo del rey de Inglaterra, Ricardo Corazón de León, quien llegó a Tierra Santa con la tercera Cruzada. El rey de Inglaterra, Ricardo, cedió a los templarios la isla de Chipre, la cual acababa de conquistar, pero Sable se la devolvió, ante la rebelión de los griegos. Ricardo Corazón de León acabó abandonando Chipre en manos de Gui de Lusignan. Las acciones de Robert de Sable fueron irreprochables: apoyó al Rey Ricardo en todas sus batallas, negoció hábilmente con Saladino, y participó en la reconquista de San Juan de Acre, donde decidió establecer la casa de la orden. Murió el 28 de octubre de 1.193, en Acre.Escudo acuartelado, en 1º y 4º la cruz del temple y en 2º y 3º sobre campo de oro, un águila azul con pico de plata.

12. Gilbert Herail


Se cree que su lugar de nacimiento fue Aragón, es el segundo Gran Maestre español. Fue el candidato que contendió sin suerte contra Gérard de Ridefort, en la elección de 1.185. Hasta 1.190 ocupó el cargo de Maestre de España y después, de 1.190 a 1.193, el de Preceptor en Francia. El sentido del honor y la palabra empeñada tenían un valor muy alto para Gilbert. Con esto se explica que la Orden se caracterizara, durante su mandato, por el respecto de los acuerdos de paz que el rey Ricardo Corazón de León había concertado con Saladino. No libró ninguna batalla importante, pero la orden intensificó los contactos con las fraternidades de oriente. Murió mientras tenía lugar la cuarta Cruzada, el 20 de diciembre de 1.200, que culminó con el saqueo de Constantinopla el 2 de abril de 1.204. Escudo acuartelado, en 1º y 4º la cruz del temple de gules y en 2º y 3º sobre campo de plata la cruz azur.

13। Philippe de Plessiez (1201 - 1210)

Nació en Anjou, en la fortaleza de Plessiez-Macé। Perteneció a la vieja nobleza angevina। Este Maestre, que hace el nº 13 en la orden, ignoraba por completo el círculo interior de la Orden. Lo mismo les pasaría a sus sucesores. Durante el mandato de Philippe de Plessiez, no ocurrió ningún acontecimiento glorioso importante, pero si que hubo mezquinas querellas contra la orden de los Hospitalarios. El Papa tomó partido por los hospitalarios y reprochó a los Templarios que no obedecieran a los legados.En 1.201 el rey de Armenia arrebata a los templarios una fortaleza, denominada Gastin, que la Orden poseía en el Principado de Antioquía. Ese mismo año vivieron calamidades más terribles que la propia guerra, primero el hambre y después la peste afectó a más de un millón de habitantes de Egipto. Poco después estas dos plagas afectaron a Siria. En 1.202 un enorme temblor de tierra devastó las ciudades que el hambre y la peste habían respetado. Desaparecieron numeros lugares y murieron innumerables personas. En la villa de Naplouse no quedó más que una calle, en la de Tyr solo quedaron algunas casas, el resto se convirtió en un montón de ruinas.En 1.205 el rey Amaury cayó enfermo y murió a los pocos días. Algunos meses después murió su esposa Isabelle, dejando como único heredero al trono de Jerusalén, un hijo que tuvo con Conrad de Tyr.Escudo acuartelado, en 1º y 4º la cruz del temple y en 2º y 3º seis aspas de oro en campo de gules.

14। William de Chartres (1210 - 1219)
Guillaume de Chartres hace el Maestre número 14, nacido en Chartres, hijo de Milon III, conde de Bar-sur-Seine. Homble con una gran templanza, que fue capaz de mantener intacta la cohesión de la orden en medio de la tormenta de conflictos que sucedieron durante su mandato. Chartres mandó construir la fortaleza de Château-Pèlerin, la cual más tarde fue destruída por Baibars. En la expedición a Egipto contra el sultán Al Kamil, estuvo al frente de sus caballeros. Los caballeros de la orden que no aprobaban participar en esa guerra, mal preparada por Jean de Brienne y por el fanático Cardenal-Legado Pélage, cedieron, a su pesar, ante las imposiciones del representante del Papa, a quien debían obedecer. En 1.212 participaron en la victoriosa batalla de Las Navas de Tolosa (España). Los reyes de España, como recompensa, les hicieron generosos donativos que aumentaron aún más las riquezas y el poder de los Caballeros Templarios. Otra de sus gloriosas hazañas fue salvar al ejército cruzado de un desastre total. Murió el 25 de agosto de 1.219, a causa de una epidémia que causó estragos frente a Damietta entre los soldados de esta desastrosa campaña. Escudo acuartelado, en 1º y 4º la cruz del temple y en 2º y 3º sobre campo de azur, tres barbos de oro puestos en faja, en segundo plano, borde compuesto de ocho piezas de oro y negro.



15. Pedro de Montaigu
16. Armand de Peragors
17. William de Sonnac
18. Renaud de Vichiers
19. Thomas Berard
20. William de Beaujeau
21. Tibal Gaudin
22. Jacques de Molay




(Texto extraido de, http://www.templebalear.org/)

San Bernardo de Clairvaux


El milagro de San Bernardo - Alonso Cano

Bernardo nació en 1090 en Fontaines-lés-Dijon; sus padres pertenecían a la alta nobleza de Borgoña, y si destacamos especialmente esta circunstancia es porque nos parece que algunos rasgos de su vida y de su doctrina, de los hablaremos a continuación, podrían estar relacionados en cierto modo con tal origen. No queremos decir solamente que es posible así explicar el ardor, en ocasiones belicoso, de su celo, o la violencia que exhibía en diversas ocasiones en las polémicas a las que fue arrastrado, que por otra parte sólo era superficial, pues la bondad y la dulzura constituían incontestablemente el fondo de su carácter. Si hemos hecho alusión a su origen es ante todo por la relación que mantuvo con las instituciones y el ideal caballeresco, a los cuales, por lo demás, es preciso otorgarles una gran importancia si se quieren comprender los acontecimientos y el propio espíritu de la Edad Media. Es hacia los veinte años cuando Bernardo concibe la idea de retirarse del mundo; consigue en poco tiempo convencer a todos sus hermanos, a algunos parientes próximos y a varios de sus amigos. En este primer apostolado su fuerza persuasiva era tal, pese a su juventud, que pronto se convirtió -dice su biógrafo- "en el terror de las madres y esposas, y los amigos temían verle abordar a sus amigos" . Hay ya en este hecho algo de extraordinario y sería seguramente insuficiente invocar la potencia del "genio", en el sentido profano del término, para explicar una tal influencia. ¿No es mejor reconocer la acción de la gracia divina que, penetrando de alguna forma en toda su persona e irradiando hacia fuera por su sobreabundancia, se comunicaba a través suyo como por un canal, siguiendo la comparación que él mismo empleara más tarde aplicándola a la Santa Virgen, y que también se puede, reduciendo más o menos su alcance, aplicar a todos los santos? En 1112, acompañado de una treintena de jóvenes, Bernardo entra en el monasterio de Citeaux, que había elegido en razón del vigor con el cual se observaba la regla, rigor que contrastaba con la dejadez introducida en el resto de las ramas de la Orden benedictina. Tres años después sus superiores no dudaban en confiarle, pese a su inexperiencia y juventud, la dirección de doce monjes que iban a fundar una nueva abadía, la de Clairvaux (Claraval), que gobernaría hasta su muerte, rechazando siempre los honores y las dignidades que se le ofrecieron tan frecuentemente en su vida. El renombre de Clairvaux no tardó en extenderse por doquier y el desarrollo que esta abadía adquirió pronto fue verdaderamente prodigioso: cuando falleció su fundador, acogía, se dice, en torno a setecientos monjes, y había dado nacimiento a más de sesenta nuevos monasterios. El cuidado que Bernardo aporta a la administración de Clairvaux, regulando él mismo hasta los más mínimos detalles de la vida corriente; la parte que tomó en la dirección de la Orden del Cister como jefe de uno de sus primeros conventos; la habilidad y el éxito de sus intervenciones para allanar las dificultades que surgieron frecuentemente con las Órdenes rivales, todo ello hubiera bastado para probar que lo que se llama el "sentido práctico" puede muy bien alinearse, en ocasiones, con la más alta espiritualidad. Estas tareas hubieran bastado para absorber toda la dedicación de un hombre ordinario, y sin embargo iba pronto a abrirse ante él otro campo de acción, muy a pesar suyo por lo demás, pues no temió jamás nada tanto como ser obligado a salir de su clausura para mezclarse en los asuntos del mundo exterior, dado que él había anhelado el aislamiento para siempre, a fin de poder entregarse enteramente a la ascesis y a la contemplación, sin que nada viniera a distraerle de lo que era a sus ojos, según la palabra evangélica, "la única cosa necesaria". Tales deseos no pudieron cumplirse plenamente pero todas las "distracciones", en el sentido etimológico, a las cuales no pudo sustraerse y de las que llegó a quejarse con cierta amargura, no le impidieron en absoluto alcanzar las cumbres de la vida mística. Esto es muy notorio, pero tampoco lo es menos que, a pesar de toda su humildad y todos los esfuerzos que hizo por permanecer en la sombra, se pidió su colaboración en todos los asuntos importantes, y que, aunque no fue nadie para el mundo, todos, incluyendo los más altos dignatarios civiles y eclesiásticos, se inclinaron siempre espontáneamente ante su autoridad espiritual, y no sabemos si todo esto es más para alabanza del santo o de la época en que vivió. ¡Qué contraste entre nuestro tiempo y aquél, donde un simple monje podía convertirse, de alguna manera, en el centro de Europa y de la Cristiandad, en el árbitro incontestable de todos los conflictos en los que el interés público estaba en juego, en el juez de los maestros más reputados de la filosofía y de la teología, en el restaurador de la unidad de la Iglesia, en el mediador entre el papado y el Imperio y, en fin, en el hombre que levantaba ejércitos de centenares de miles de hombres con su predicación!. Bernardo había comenzado por denunciar el lujo en el cual vivían la mayor parte de los miembros del clero secular e incluso los monjes de algunas abadías; sus exhortaciones provocaron conversiones espectaculares, entre ellas las de Suger, el ilustre abad de Saint-Denis que, sin llevar todavía el título de primer ministro del Rey de Francia, realizaba ya tal función. Esta conversión difundió el nombre del abad de Clairvaux, confluyendo un respeto mezclado con temor puesto que se veía en él al adversario irreducible de todos los abusos y de todas las injusticias. Pronto, en efecto, se le vio intervenir en los conflictos que habían estallado entre Luis el Grande y diversos obispos, y protestar contra la impiedad del poder civil sobre los derechos de la Iglesia. A decir verdad, no se trataba aún si no de asuntos puramente locales que interesaban solamente a tal o cual monasterio o a tal o cual diócesis, pero, en 1130, sobrevinieron acontecimientos de diferente gravedad que pusieron en peligro a la Iglesia entera, dividida por el cisma del antipapa Anacleto II, y es en esta ocasión cuando el nombre de Bernardo se extendió por toda la Cristiandad. No vamos aquí a describir la historia del cisma con todos su detalles, baste saber que los cardenales, divididos en dos facciones rivales, eligieron sucesivamente a Inocencio II y a Anacleto II. El primero, obligado a huir de Roma, no desesperó de su derecho y apeló a la Iglesia Universal. Fue Francia quien primero respondió a su llamamiento. En el Concilio convocado por el rey en Etampes, Bernardo apareció -dice su biógrafo-, "como un verdadero enviado de Dios" en medio de obispos y señores reunido. Todos siguieron su criterio sobre la cuestión sometida a examen y reconocieron la validez de la elección de Inocencio II. Éste se encontraba entonces sobre suelo francés y fue a la abadía de Cluny a la que se dirigió Suger para anunciarle la decisión del Concilio; recorrió las principales diócesis y fue en todas partes acogido con entusiasmo, lo que provocaría la adhesión de toda la cristiandad. El abad de Clairvaux visitó luego al rey de Inglaterra y le convenció fácilmente, sacándole de dudas. Quizás tuvo igualmente una parte, al menos indirecta, en el reconocimiento de Inocencio II por parte del rey Lothario y del clero alemán. A continuación fue a Aquitania para combatir la influencia del obispo Gerard d´Angulema, partidario de AnacletoII, pero sería sólo en el transcurso de un segundo viaje a esta región, en 1135, cuando alcanzó el triunfo y destruyó el cisma al lograr la conversión del conde de Poitiers. En el intervalo fue a Italia, llamado por Inocencio II, que había regresado con el apoyo de Lothario, pero que había pasado por dificultades imprevistas debidas a la hostilidad de Pisa y Génova. Era preciso encontrar un acuerdo entre ambas ciudades rivales que fuera aceptado por ellas y fue Bernardo el encargado de esta difícil misión, logrando un extraordinario éxito. Inocencio pudo así, por fin, entrar en Roma, pero Anacleto permaneció ocupando "San Pedro", que fue imposible tomar. Lothario, coronado emperador en San Juan de Letrán, se retiró pronto con su ejército y tras su partida el antipapa recuperaría la ofensiva, teniendo que huir nuevamente el pontífice legítimo para refugiarse en Pisa. El abad de Claraval, que había entrado en su clausura, conoció estas noticias con consternación, y poco después le informaron de la actividad desplegada por Roger, rey de Sicilia, para ganarse a toda Italia para la causa de Anacleto, al mismo tiempo que para asegurar su propia supremacía. Bernardo escribió rápidamente a los habitantes de Pisa y Génova para animarles a permanecer fieles a Inocencio, pero esta fidelidad no constituía más que un débil apoyo, pues para conquistar Roma sólamente la ayuda de Alemania podía eficaz. Desgraciadamente el Imperio era continuamente presa de división y Lothario no podía volver a Italia sin haber asegurado la paz en su propio país. Bernardo partió hacia Alemania y luchó por reconciliar a los Hohenstaufen con el emperador, logrando igualmente el éxito en tal empeño. Vino luego a consagrar la feliz salida a la dieta de Bamberg, que dejó seguidamente para estar en el Concilio que Inocencio II había convocado en Pisa. En esta ocasión hubo de dirigir reproches a Luis el Grande, que se había opuesto a la salida de los obispos de su reino; prohibición que fue levantada y así los principales miembros del clero francés pudieron responder a la llamad del jefe de la Iglesia. Bernardo fue el alma del Concilio. Durante el intervalo de las sesiones, según cuenta un historiador de su tiempo, su puerta era asediada por los que tenían algún asunto que tratar, como si este humilde monje hubiera tenido el poder de solucionar con su opinión todas las cuestiones eclesiásticas. Delegado luego en Milán para ganar esta ciudad para Inocencio II y Lothario, fue aclamado por el clero y los fieles quienes, en una manifestación espontánea de entusiasmo, quisieron hacerle arzobispo y él tuvo grandes dificultades para rechazar este honor. No aspiraba más que volver a su monasterio y allí regresó efectivamente, pero no fue por mucho tiempo. Desde comienzos de 1136, Bernardo debió abandonar una vez más su soledad para tener que unirse en Italia, conforme al deseo del Papa, al ejército alemán dirigido por el duque Enrique de Baviera, yerno del Emperador. El desacuerdo había estallado entre éste e Inocencio II. Enrique, poco respetuoso con los derechos de la Iglesia sólo se preocupaba por los intereses del Estado. Así que el abad de Clairvaux debió trabajar firme para restablecer la concordia entre los dos poderes y conciliar sus pretensiones rivales, especialmente algunas cuestiones relativas a las investiduras, donde parece que desempeñó un papel constante de moderador. Sin embargo, Lothario, que había tomado el mismo mando del ejército, sometió a toda Italia meridional, pero se equivocó al rechazar las pretensiones de paz del rey de Sicilia, que no tardó en tomarse la revancha, arrasando todo a sangre y fuego. Bernardo no dudó entonces en presentarse en el campo de Roger, quien acogió muy mal sus palabras de paz ,y al que predijo un desastre que se produciría efectivamente. Luego, siguiendo sus pasos, le visitó en Salerno y se esforzó en apartarle del cisma al que su ambición le había arrojado. Roger consintió escuchar a los partidarios de Inocencio y de Anacleto en un debate pero, aun pareciendo dirigir el encuentro con imparcialidad, no buscó más que ganar tiempo y rechazó tomar una decisión. Cuando menos este debate tuvo como feliz resultado la conversión de uno de los principales autores del cisma, el cardenal Pedro de Pisa, al que Bernardo condujo ante Inocencio II. Esta conversión asestó un golpe terrible a la causa del antipapa y Bernardo supo aprovecharse: en Roma mismo, por su verbo ardiente y convincente, consiguió en pocos días separar del partido de Anacleto a la mayor parte de los disidentes. Esto ocurría en el año 1137, hacia el período de las fiestas navideñas. Súbitamente, un mes más tarde fallecía Anacleto. Algunos cardenales -los más comprometidos en el cisma- eligieron un nuevo antipapa bajo el nombre de Víctor IV, pero su resistencia no podía durar mucho tiempo y el día octavo de Pentecostés todos le rindieron sumisión. A la semana siguiente, el abad de Clairvaux volvía otra vez camino de su monasterio. Este resumen, muy rápido, basta para dar una idea de lo que se podría llamar la "actividad política" de San Bernardo que, por otra parte, no se detuvo allí: de 1140 a 1144 tuvo que protestar contra la intromisión abusiva del rey Luis el Joven en las elecciones episcopales; más tarde intervino en un grave conflicto entre este mismo rey contra Tibaut de Champagne, pero sería prolijo hablar sobre estos acontecimientos diversos. En suma, se puede decir que la conducta de Bernardo estuvo siempre determinada por las mismas intenciones: defender el derecho, combatir la injusticia y, quizás por encima de todo, mantener la unidad en el mundo cristiano. Es esta preocupación constante por la unidad lo que le animaría en su lucha contra el cisma; es también la que le haría emprender, en 1145, un viaje por el Languedoc para llevar a la Iglesia a los heréticos neomaniqueos que comenzaban a extenderse en esta zona. Parece que tuvo en el pensamiento siempre presente y sin cesar estas palabras del Evangelio: "Que todos sean uno, como mi Padre y yo somos uno". El abad de Clairvaux, no obstante, no sólo luchó en el dominio político, sino también en el campo intelectual, donde sus triunfos no fueron menos sorprendentes ya que estuvieron marcados por la condena de dos adversarios eminentes: Abelardo y Gilberto de la Porrée. El primero había adquirido, por su enseñanza y sus escritos, la reputación de un dialéctico muy hábil, incluso abusaba de la dialéctica, pues en lugar de ver lo que realmente era, un simple medio para llegar al conocimiento de la verdad, la miraba casi como un fin en sí misma, lo que desembocaba naturalmente en una especie de verbalismo. Pudiera ser también que exista en Abelardo, sea en su método o en el mismo fondo de sus ideas, una búsqueda de originalidad que le aproxima algo a los filósofos modernos, pero en una época en la que el individualismo era poco menos que desconocido, esta circunstancia no podía ser considerada sino un defecto, al contrario de lo que acontece en nuestros días. Además algunos se inquietaron rápidamente por estas novedades que no tendían sino a establecer una verdadera confusión entre los dominios de la razón y de la fe. Abelardo, en realidad, no fue un racionalista tal como se ha pretendido en ocasiones, pues no existieron racionalistas antes que Descartes, sino que supo hacer la distinción entre lo que revela la razón y lo que le es superior, entre la filosofía profana y la sabiduría sagrada, entre el saber puramente humano y el conocimiento trascendente, y ése fue el fundamento de sus errores. ¿No llegaba acaso a sostener que los filósofos y los dialécticos gozaban de la inspiración habitual, siendo ésta para él comparable a la inspiración sobrenatural de los profetas..? Es comprensible que San Bernardo, cuando llamó su atención sobre semejantes teorías, se levantase contra ellas con fuerza, incluso con un cierto arrebato, y también que reprochase amargamente a su autor el haber enseñado que la fe no era más que una simple opinión. La controversia entre estos dos hombres, tan diferentes, comenzó en entrevistas particulares, teniendo pronto una inmensa resonancia en las escuelas y monasterios. Abelardo, confiando en su habilidad para mantener su razonamiento, pidió al arzobispo de Sens reunir un concilio ante el cual se justificaría públicamente, pues pensaba poder conducir bien la discusión de tal forma que llevaría la confusión al adversario. Las cosas sucedieron de forma diferente: el abad de Clairvaux, en efecto, no concebía el concilio más que como un tribunal ante el cual el teólogo sospechoso debía comparecer como acusado; en una sesión preparatoria analizó las obras de Abelardo y extrajo las proposiciones más temerarias, de las que dedujo pruebas de su heterodoxia; al día siguiente, al presentarse el autor en el concilio, Bernardo le conminó, tras haber enunciado estas proposiciones, a retractarse o justificarlas. Abelardo, presintiendo desde entonces una condena, no esperó el juicio del concilio y declaró que apelaba a la corte de Roma. No por eso dejó de seguir su curso normal el proceso, así que desde el momento en que la condena fue pronunciada, Bernardo escribió a Inocencio II y a los cardenales cartas de una elocuencia brillante de tal modo que seis semanas más tarde la sentencia era confirmada en Roma. Abelardo sólo tenía entonces que someterse; se refugió en Cluny junto a Pedro el Venerable, quien le concertó un encuentro con el abad de Clairvaux, logrando de este modo reconciliarles. El concilio de Sens tuvo lugar en 1140. Asimismo, Bernardo obtuvo igualmente, en el concilio de Reims, en 1147, la condena de los errores de Gilberto de la Porrée, obispo de Poitiers, concernientes al misterio de la Trinidad. Estos errores se debían a que su autor aplicaba a Dios la distinción real entre esencia y existencia, que no es aplicable más que a los seres creados. Gilberto se retractó entonces sin dificultad. También se le prohibió leer o transcribir su obra antes de que hubiera sido corregida y su autoridad,. Fuera de estos puntos particulares que se cuestionaban, su autoridad no fue apagada por lo que su doctrina permaneció gozando de gran crédito en las escuelas durante la Edad Media. Dos años antes de este último asunto, el abad de Claivaux había tenido la alegría de ver subir al trono pontificio a uno de sus antiguos monjes, Bernardo de Pisa, que adoptó el nombre de Eugenio III y que siempre continuó manteniendo con él las más afectuosas relaciones. Este Papa fue quien le encargó, casi desde el comienzo de su pontificado, la predicación de la Segunda Cruzada. Hasta entonces Tierra Santa no había ocupado, al menos en apariencia, mas que un lugar secundario en las preocupaciones de San Bernardo, pero sería sin embargo un error considerar que fue enteramente ajeno a lo que allí sucedía, y la prueba de ello es un hecho sobre el cual, de ordinario, se insiste mucho menos de lo que convendría y por eso queremos llamar la atención del papel que desempeñó en la constitución de la Orden del Temple, la primera de las órdenes militares por la fecha y por su importancia, que iba a servir de modelo a todas las demás. Será en 1128, diez años después de su fundación, cuando esta Orden recibió su Regla en el Concilio de Troyes, y fue Bernardo quien, en calidad de secretario del Concilio, estuvo encargado de redactarla, o al menos de trazar sus orientaciones generales, pues parece que no fue sino un poco más tarde cuando se le llamó para completarla, terminando su redacción definitiva en 1131. Comentó luego esta regla en el tratado De laude novoe militiae, donde expuso en términos de una magnífica elocuencia la misión y el ideal de la caballería cristiana, a la que él llamaba la Milicia de Dios. Éstas relaciones del abad de Clairvaux con la Orden del Temple, que los historiadores modernos no consideran más que como un episodio bastante secundario en su vida, tenían seguramente otra importancia a los ojos de los hombres de la Edad Media, y de hecho hemos mostrado en otra parte que constituyen sin duda la razón por la que Dante debía escoger a San Bernardo para su guía en los últimos círculos del Paraíso. Desde 1145, Luis VII tenía el proyecto de socorrer a los principados latinos de Oriente amenazados por el emir de Alepo, pero la oposición de sus consejeros había obligado a retrasar su realización, y la decisión definitiva había sido remitida a una asamblea plenaria que debía celebrarse en Vezelay durante las fiestas de Pascua del año siguiente. Eugenio III, retenido en Italia por una revolución suscitada en Roma por Arnaldo de Brescia, encarga al abad de Clairvaux el reemplazarlo en esta asamblea. Bernardo, tras haber dado lectura a la bula que invitaba al rey de Francia a la Cruzada, pronunció un discurso que fue, a juzgar por el efecto que produjo, la pieza oratoria más grande de su vida. Todos los asistentes se precipitaron para recibir la cruz de sus manos. Animado por el éxito, Bernardo recorrió las ciudades y las provincias, predicando por todas partes la Cruzada con un celo infatigable; allí donde no podía ir en persona, dirigía cartas no menos elocuentes que sus discursos. Pasó luego a Alemania, donde su predicación tuvo los mismos efectos que en Francia. El emperador Conrado, tras haber resistido algún tiempo, debió ceder a su influencia y enrolarse en la Cruzada. Hacia mediados del año 1147, los ejércitos franceses y alemanes se podían poner en marcha para esta gran expedición que, a pesar de su formidable apariencia, concluiría en un desastre. Las causas del fracaso fueron múltiples; las principales parecen ser la traición de los griegos y la falta de entendimiento entre los jefes de la Cruzada, pero algunos buscaron, muy injustamente por lo demás, hacer recaer la responsabilidad sobre el abad de Clairvaux. Éste debió escribir una verdadera apología sobre su conducta, que era al mismo tiempo una justificación de la acción de la Providencia, mostrando que las desgracias sobrevenidas no eran imputables a las faltas de los cristianos y que así "las promesas de Dios permanecían intactas, pues ellas no prescriben contra los derechos de la justicia" . Esta apología está contenida en el libro De Consideraciones, dirigido a Eugenio III, libro que es como el testamento de San Bernardo y que contiene especialmente sus puntos de vista sobre los deberes del papado. Por otra parte, todos no se dejaron llevar por el desánimo y Suger concibió pronto el proyecto de una nueva Cruzada, de la que el mismo abad de Clairvaux debía ser el jefe, pero la muerte del gran ministro de Luis VII detuvo la ejecución de sus planes. San Bernardo moriría poco después, en 1153, testimoniando en sus últimas cartas su preocupación hasta el final por la suerte de Tierra Santa.Si el fin inmediato de la Cruzada no había sido alcanzado, ¿se diría por ello que la expedición fue completamente inútil y que los esfuerzos de san Bernardo habían sido desperdiciados?. No lo creemos así, en contra de lo que piensan los historiadores que sólo se ocupan de las apariencias exteriores, pues había en estos grandes movimientos de la Edad Media un carácter político y religioso a la vez y unas razones más profundas, de las que una, la única que quisiéramos resaltar aquí, era el mantener en Cristiandad una viva conciencia de unidad. La Cristiandad era idéntica a la civilización occidental, fundada entonces sobre bases esencialmente tradicionales, como lo es toda civilización normal, y que iba a alcanzar su apogeo en el siglo XIII. La pérdida de este carácter tradicional debía necesariamente seguir a la ruptura de la unidad misma de la Cristiandad. Dicha ruptura, que fue realizada en el dominio religioso por la Reforma, lo fue, en el dominio político por la instauración de las nacionalidades, precedida por la destrucción del régimen feudal, y se puede decir, sobre este último punto de vista que aquél que asestaría los primeros golpes al edificio grandioso de la Cristiandad Medieval fue Felipe el Hermoso, el mismo que, por una coincidencia que no tiene, sin duda, nada de fortuito, destruyó la Orden del Temple, atacando directamente la obra misma de San Bernardo. En el curso de sus viajes, San Bernardo apoyó constantemente su predicación en numerosas curaciones milagrosas, que eran para la masa como los signos visibles de su misión, milagros que han sido referidos por testigos oculares, pero él mismo no hablaba de ello sino en contadas ocasiones. Quizás esta reserva le era impuesta por su extrema modestia, pero sin duda también debido a que no les otorgaba más que una importancia secundaria, considerándolos sólo como una concesión acordada por la misericordia divina a la debilidad de la fe en la mayor parte de los hombres, conforme a la palabra de Cristo: "Bienaventurados los que creerán sin haber visto". Esta actitud estaba en relación con el desdén que manifestó siempre por todos los medios exteriores y sensibles, tales como la pompa de las ceremonias y la ornamentación de las iglesias; en ocasiones incluso se le ha podido reprochar, con alguna apariencia de verosimilitud, el no tener más que desprecio por el arte religioso. Los que formulan esta crítica olvidan sin embargo una distinción necesaria, la que él mismo establece entre lo que llama arquitectura episcopal y arquitectura monástica: esta última es sólamente la que debe tener la austeridad que preconiza, puesto que no es más que a los religiosos y a los que siguen el camino de la perfección a quienes prohibe el culto a los ídolos, es decir, a las formas, de las que proclama, por el contrario, sutilidad como medio de educación para los simples y los imperfectos. Si ha protestado contra el abuso de las representaciones desprovistas de significado y sólo con valor puramente ornamental, no ha podido desear, como se ha pretendido falsamente, el proscribir el simbolismo del arte arquitectónico, puesto que él mismo, en sus sermones, hacía un uso muy frecuente de ellas. La doctrina de San Bernardo es esencialmente mística, es decir que contempla sobre todo las cosas divinas bajo el aspecto del amor, al que sería por otra parte erróneo interpretar en un sentido simplemente afectivo como lo hacen los modernos psicólogos. Como muchos grandes místicos estuvo especialmente atraído por El Cantar de los Cantares, que comentó en numerosos sermones, formando una serie que prosiguió a lo largo de su carrera. Este comentario, que permaneció siempre inacabado, describe todos los grados del amor divino, hasta la paz suprema que el alma alcanza en el éxtasis. El estado del éxtasis, tal como lo comprendió y ciertamente alcanzó, es una especie de muerte para la cosas de este mundo y sus imágenes sensibles, desapareciendo así todo sentimiento natural: todo es puro y espiritual en el alma misma como en su amor. Este misticismo debía naturalmente reflejarse en los rasgos dogmáticos de San Bernardo. El título de uno de sus principales obras, De Diligendo Deo, muestra suficientemente en efecto que lugar ocupa el amor, pero nos equivocaríamos si creyéramos que va en detrimento de la verdadera intelectualidad. Si el abad de Clairvaux quiso permanecer siempre distanciado de las vanas sutilezas escolásticas, es porque no tenía ninguna necesidad de los laboriosos artificios de la dialéctica, puesto que resolvía de un solo golpe las cuestiones más arduas porque no procedía mediante una larga serie de operaciones discursivas; lo que los filósofos se esfuerzan en alcanzar por una vía desviada y como a tientas, él lo alcanzaba inmediatamente por medio de la intuición intelectual, sin la cual ninguna metafísica real es posible y fuera de la cual no se puede aprehender más que una sombra de la verdad. Un último rasgo de la fisonomía de San Bernardo, que es esencial señalar aún, es el lugar eminentemente primordial que tiene en su vida y en sus obras el culto a la Santa Virgen y que ha dado lugar a toda una floración de leyendas que son quizás por lo que ha permanecido más popular. Le gustaba dar a la Santa Virgen el título de Notre Dame (Nuestra Señora), cuyo uso se generalizó en esta época y, sin duda, en gran parte gracias a su influencia. Bernardo era, como se ha dicho, un verdadero "caballero de María" y la miraba como a su "dama", en el sentido caballeresco del término. Si se hace referencia al papel que jugó el amor en su doctrina, y que desempeñó también, bajo formas más o menos simbólicas en las concepciones propias a las Órdenes de Caballería, se comprenderá fácilmente por qué hemos reseñado al principio sus orígenes familiares. Convertido en monje, permanecería siempre caballero como lo eran todos los de su raza; y, por lo mismo, se puede decir que estaba, de alguna manera, predestinado a desarrollar, como lo hizo en tantas circunstancias, el papel de intermediario, y ser árbitro entre el poder religioso y el poder político, porque había en su persona como una participación en la naturaleza de lo uno y de lo otro, Monje y caballero en conjunto, estos dos caracteres eran los de los miembros de la Milicia de Dios, la Orden del Temple. Eran también y, en primer lugar, los del autor de su Regla, del gran santo que se ha llamado el último de los Padres de la Iglesia y en quien algunos quieren ver, no sin razón, el prototipo de Galahad el caballero ideal y sin tacha, el héroe victorioso de la Demanda del Santo Grial.








sábado, 16 de febrero de 2008

La Regla Primitiva de los Templarios



Esta traduccion de la original, o primitiva, Regla de los Templarios, esta basada en la edicion de 1886 de Henry de Curzon, "La Reglé du Temple, Como Manual Militar, o Cómo desempeñar un Cargo Caballeresco". Representa la regla dada a los recien originados Caballeros del Temple, por el concilio de Troyes, 1129, aunque, "no debe olvidarse que la Orden habia existido por varios años y desarrollado sus propias tradiciones y costumbres antes de la aparicion de Hughes de Payens en el concilio de Troyes.




(Fragmento del editorial de, La Regla Templaria)





La Regla primitiva esta basada en prácticas que ya existian desde antes del concilio y que en la actualidad se adecuan, al ritmo de vida actual de cualquier persona integrada a la sociedad.




Aquí comienza el prólogo a la Regla del Temple




1. Nos dirigimos, en primer lugar a todos aquellos quienes con discernimiento rechazan su propia voluntad y desean de todo corazón, servir a su rey soberano como caballero; llevar con supremo afán, y permanentemente, la muy noble armadura de la obediencia. Y por tanto, nosotros os invitamos, a seguir a los escogidos por Dios de entre la masa de perdición y a quienes ha dispuesto, en virtud de su sutil misericordia, defender la Santa Iglesia, y que vosotros anheláis abrazar por siempre.



2. Por sobre todas las cosas, quienquiera que ser un caballero de Cristo, escogiendo estas sagradas ordenes en su profesión de fe, debe unir sencilla diligencia y firme perseverancia, que es tan valiosa y sagrada, y se revela tan noble, que si se mantiene impoluta para siempre, merecerá acompañar a los mártires que dieron sus almas por Cristo Jesús. En esta orden religiosa ha florecido y se revitaliza la orden caballeresca. La caballería, a pesar del amor por la justicia que constituye sus deberes, no cumplió con sus con ellos, defendiendo a los pobres, viudas, huérfanos e iglesias, sino que se aprestaron a destruir, despojar y matar. Dios que actúa conforme a nosotros y nuestro salvador Cristo Jesús; ha enviado a sus partidarios desde la ciudad Santa de Jerusalén a los acuartelamientos de Francia y Borgoña, para nuestra salvación y muestra de la verdadera fe, pues no cesan de ofrecer sus vidas por Dios, en piadoso sacrificio.



3. Ante ello nosotros, en completo gozo y hermandad, por requerimiento del Maestro Hugues de Payen, por quien la mencionada orden caballeresca ha sido fundada con la gracia del Espíritu Santo, nos reunimos en Troyes, de entre varias provincias más allá de las montañas, en la fiesta de San Hilario, en el año de la encarnación de Cristo Jesús de 1128, en el noveno año tras la fundación de la anteriormente mencionada orden caballeresca. De la conducta e inicios de la Orden de Caballería hemos escuchado en capítulo común de labios del anteriormente citado Maestro, Hermano Hugues de Payen; y de acuerdo con las limitaciones de nuestro entendimiento, lo que nos pareció correcto y beneficioso alabamos, y lo que nos pareció erróneo rechazamos.



4. Y todo lo que aconteció en aquel Consejo no puede ser contado ni recontado; y para que no sea tomado a la ligera por nosotros, sino considerado con sabia prudencia, lo dejamos a discreción de ambos nuestro honorable padre el Señor Honorio y del noble Patriarca de Jerusalén, Esteban, quien conoce los problemas del Este y de los Pobres Caballeros de Cristo; por consejo del concilio común lo aprobamos unánimemente. Aunque un gran número de padres religiosos reunidos en capítulo aprobó la veracidad de nuestras palabras, sin embargo no debemos silenciar los verdaderos pronunciamientos y juicios que emitieron.



5. Por tanto yo, Jean Michel, a quien se ha encomendado y confiado tan divino oficio, por la gracia de Dios, he servido de humilde escriba del presente documento por orden del consejo y del venerable padre Bernardo, abad de Clairvaux.




Los nombres de los Padres que asistieron al Concilio.




6. Primero fue Mateo, obispo de Albano, por la gracia de Dios, legado de la santa Iglesia de Roma; R[enaud], arzobispo de Reims; H[enri], arzobispo de Sens; y sus clérigos: G[ocelin], obispo de Soissons; el obispo de París; el obispo de Troyes; el obispo de Orlèans; el obispo de Auxerre; el obispo de Meaux; el obispo de Chalons; el obispo de Laon; el obispo de Beauvais; el abad de Vèzelay, quien posteriormente fue arzobispo de Lyon y legado de la Iglesia de Roma; el abad de Cîteaux; el abad de Pontigny; el abad de Trois-Fontaines; el abad de St Denis de Reims; el abad de St-Etienne de Dijon; el abad de Molesmes; al anteriormente mencionado B[ernard], abad de Clairvaux: cuyas palabras el anteriormente citado alabó francamente. También estuvieron presentes el maestro Aubri de Reims; maestro Fulcher y varios otros que sería tedioso mencionar. Y de los otros que no se han mencionado, es importante asentar, en este asunto, de que son amantes de la verdad: ellos son, el conde Theobald; el conde de Nevers; Andrè de Baudemant. Estuvieron en el concilio y actuaron de tal proceder, con perfecto y cuidadoso estudio seleccionando lo correcto y desechando lo que no les parecía justo.



7. Y también presente estaba el Hermano Hugues de Payen, Maestre de Caballería, con algunos de los hermanos que le acompañaron. Estos eran Hermano Roland, Hermano Godefroy, y Hermano Geoffroi Bisot, Hermano Payen de Montdidier, Hermano Archambaut de Saint-Amand. El propio Maestre Hugues con sus seguidores antedichos, expusieron las costumbres y observancias de sus humildes comienzos y uno de ellos dijo: Ego principium qui et loquor vobis, que significa: "Yo quien habla a vosotros soy el principio" según mi personal recuerdo.



8. Agradó al concilio común que las deliberaciones se hicieran allí, y el estudio de las Sagradas Escrituras, que se examinaron profundamente, con la sabiduría de mi señor H[onorius], papa de la Santa Iglesia de Roma y del patriarca de Jerusalén y en conformidad con el capítulo. Juntos, y de acuerdo con los Pobres Caballeros de Cristo del Templo que está en Jerusalén, se debe poner por escrito y no olvidado, celosamente guardado de tal forma, que para una vida de observancia se puedan referir a su creador; comparación más dulce que la miel en paridad con Dios; cuya piedad parece óleo, y nos permite ir hacia Él a quien deseamos servir. Per infinita seculorum secula. Amen.




Aquí comienza la Regla de los Pobres caballeros del Temple.




9. Vosotros los que renunciáis a vuestra voluntad, y vosotros otros los que servís a un rey soberano con caballos y armas, para salvación de vuestras almas y por tiempo establecido, acudiréis con deseo virtuoso a oír matines y el servicio completo, según la ley canónica y las costumbres de los maestros de la Ciudad Santa de Jerusalén. Oh! vosotros venerables hermanos, que Dios sea con vosotros, si prometéis despreciar el mundo por perpetuo amor a Dios, desterrar las tentaciones de vuestro cuerpo; sostenido por el alimento de Dios, beber y ser instruido en los mandamientos de Nuestro Señor; al final del oficio divino, ninguno debe temer entrar en batalla si por ende lleva tonsura.



10. Pero si cualquier hermano es enviado por el trabajo de la casa y por la Cristiandad al Este – algo que creemos ocurrirá frecuentemente- y no puede oír el divino oficio, deberá decir en lugar de maitines trece padrenuestros; siete por cada hora y nueve por vísperas. Y todos juntos le ordenamos que así lo haga. Pero aquellos que han sido enviados y no puedan volver para asistir al divino oficio, si les es posible a las horas establecidas, que no deberán ser omitidas, rendir a Dios su homenaje.




La Forma en que deben ser recibidos los Hermanos.




11. Si cualquier caballero seglar o cualquier otro hombre, desea dejar la masa de perdición y abandonar la vida secular escogiendo la vuestra en comunidad, no consintais en recibirlo inmediatamente, porque según ha dicho mi Señor San Pablo: Probate spiritus si ex Deo sunt. Que quiere decir: "Prueba el alma a ver si viene de Dios" Sin embargo, si la compañía de sus hermanos le debe ser concedida, dejad que le sea leída la Regla, y si desea explícitamente obedecer los mandamientos de la Regla, y complace tanto al Maestre como a los hermanos el recibirle, dejadle revelar su deseo ante todos los hermanos reunidos en capítulo y hacer su solicitud con corazón digno.




Sobre Caballeros excomulgados.




12.Donde sepáis que se concentran caballeros excomulgados, allí os obligamos a ir; y si alguien desea unirse a la orden de caballería proveniente de regiones lejanas, no deberéis considerar tanto el valor terrenal como el de la eterna salvación de su alma. Nosotros ordenamos que sea recibido condicionalmente, que se presente ante el obispo de la provincia y le comunique su intención. Y, cuando el obispo lo haya escuchado y absuelto, lo enviará al Maestre y hermanos del Temple, y si su vida es honesta y merecedora de su compañía, si parece justo al Maestre y hermanos, dejad que sea piadosamente recibido; y si muriera durante ese tiempo, por la angustia y tormento que ha sufrido, dejad que se le otorguen todos los favores de la hermandad, dados a cada uno de los Pobres Caballeros del Temple.



13. Bajo ninguna otra circunstancia, deberá los hermanos del Temple compartir la compañía de los indiscutiblemente excomulgados, ni que se queden con sus pertenencias; y esto debe ser prohibido encarecidamente porque sería terrible que fueran asimismo repudiados. Pero si solo le ha sido prohibido escuchar el Divino Oficio, es ciertamente posible permanecer en su compañía, así como quedarse con sus pertenencias, entregándolas a la caridad con el permiso de su comandante.




Sobre no aceptar niños.



14. Aunque la regla de los santos padres permite recibir a niños en la vida religiosa, nosotros lo desaconsejamos. Porque aquel que desee entregar a su hijo eternamente en la orden caballeresca deberá educarlo hasta que sea capaz de llevar las armas con vigor, y liberar la tierra de los enemigos de Cristo Jesús. Entonces que su madre y padre lo lleven a la casa y que su petición sea conocida por los hermanos; y es mucho mejor que no tome los votos cuando niño sino al ser mayor, pues es conveniente que no se arrepienta de ello, a que lo haga. Y seguidamente que sea puesto a prueba de acuerdo con la sabiduría del Maestre y hermanos conforme a la honestidad de su vida al solicitar ser admitido en la hermandad.




Sobre los que están de pie demasiado tiempo en la Capilla.




15. Se nos ha hecho saber, y lo hemos escuchado de testigos presénciales, que de forma inmoderada y sin restricción alguna, vosotros escucháis el divino oficio de pie. Nosotros no ordenamos que os comportéis de esta forma, al contrario lo desaprobamos. Disponemos, que tanto los fuertes como los débiles, para evitar desordenes, canten el salmo llamado Venite, con la invitatoria y el himno sentados, y digan sus oraciones en silencio, en voz baja no voceando, para no perturbar las oraciones de los otros hermanos.



16. Pero al final de los salmos, cuando se canta el Gloria patri, en reverencia a la Santísima Trinidad, os pondréis de pie y os inclinareis ante el altar, mientras los débiles o enfermos solo inclinarán la cabeza. Por tanto mandamos; que cuando la explicación de los Evangelios sea leída, y se cante el Te deum laudamus, y mientras se cantan los laudes, y los maitines terminan, vosotros estéis de pie. De esta misma forma dictaminamos que permanezcáis de pie durante maitines y en todas las horas de Nuestra Señora.




Sobre la vestimenta de los Hermanos.




17. Disponemos que todos los hábitos de los hermanos sean de un solo color, bien sea blanco, negro o marrón. Y sugerimos que tanto en invierno como en verano si es posible, lleven capas blancas; y a nadie que no pertenezca la mencionada caballería de Cristo le será permitido tener una capa blanca, para que quienes hayan abandonado la vida en oscuridad se reconozcan los unos a los otros como seres reconciliados con su creador por el signo de sus hábitos blancos: que significa pureza y completa castidad. La Castidad es certeza en el corazón y salud en el cuerpo. Por lo que si un hermano no toma votos de castidad no puede acceder al eterno descanso ni ver a Dios, por la promesa del apóstol que dijo: Pacem sectamini cum omnibus et castimoniam sine qua nemo Deum videbit. Que significa: "Lucha para llevar la paz a todos, mantente casto, sin lo cual nadie puede ver a Dios".



18. Pero estas vestiduras deberán mantenerse sin riquezas y sin ningún símbolo de orgullo. Y así, nosotros exigimos que ningún hermano lleve piel en sus vestidos, ni cualquier otra cosa que no pertenezca al uso del cuerpo, ni tan siquiera una manta que no sea de lana o cordero. Concertamos en que todos tengan lo mismo, de tal forma que puedan vestirse y desvestirse, y poner y quitarse las botas con facilidad. Y el sastre, o quien haga sus funciones, deberá mostrarse minucioso y cuidar que se mantenga la aprobación de Dios en todas las cosas mencionadas, para que los ojos de los envidiosos y mal intencionados no puedan observar que las vestiduras sean demasiado largas o cortas; deberá distribuirlas de tal manera que sean de la medida de quien las ha de llevar, según la corpulencia de cada uno.



19. Y si alguno por orgullo o arrogancia desea tener para él un mejor y más fino hábito, dadle el peor. Y aquellos que reciban vestiduras nuevas deberán inmediatamente devolver las viejas, para que sean entregadas a escuderos y sargentos, y a menudo a los pobres, según lo que considere conveniente el encargado de ese menester.




Sobre las Camisas.



20. Entre otros asuntos sobre los que regulamos, debido al intenso calor existente en el Este, desde Pascua hasta todos los Santos, gracias a la compasión y de ninguna forma como derecho, una camisa de lino será entregada al hermano que así lo solicite.




Sobre la Ropa de Cama.




21. Ordenamos por unánimemente que cada hombre tenga la ropa y sábanas de acuerdo con el juicio de su Maestre. Es nuestro propósito que un colchón, un almohadón y una manta son suficientes para cada uno; y aquél a quien le falte uno de éstos puede usar una alfombra, y una manta de lino siempre que sea de pelo fino. Y dormirán siempre vestidos con camisa y pantalón, y zapatos y cinturones, y donde reposen deberá haber siempre una luz encendida hasta la mañana. Y el Sastre se asegurará que los hermanos estén tan bien tonsurados que puedan ser examinados tanto de frente como de espaldas; y nosotros ordenamos que vosotros os adhiráis a esta misma conducta en lo tocante a barbas y bigotes, para que ningún exceso se muestre en sus cuerpos.



Sobre Zapatos puntiagudos y Cordones de lazos.




22. Prohibimos los zapatos puntiagudos y los cordones de lazo y condenamos que un hermano los use; ni los permitimos a quienes sirvan en la casa por tiempo determinado; más bien, prohibimos que los utilicen en cualquier circunstancia. Porque es manifiesto y bien sabido que estas cosas abominables pertenecen a los paganos. Tampoco deberán llevar ni el pelo ni el hábito demasiado largos. Porque aquellos que sirven al soberano creador deben surgir de la necesidad dentro y fuera mediante la promesa de Dios mismo quien dijo: Estote mundi quia ego mundus sum. Que quiere decir: "Nace como yo nazco".




Cómo deben comer.



23. En el palacio, o lo que debería llamarse refectorio, deberéis comer juntos. Pero si estáis necesitados de algo, pues no estáis acostumbrados a los utilizados por los religiosos, quedamente y en privado deberéis pedir lo que necesitéis en la mesa, con toda humildad y sumisión. Porque el Apóstol dijo: Manduca panem tuum cum silentio. Que significa: "Come tu pan en silencio". Y el salmista: Posui ori meo custodiam. Que quiere decir: "Yo reprimí mi lengua" Que significa que "Yo creo que mi lengua me traicionaría" lo que es, "Callé para no hablar mal".




Sobre la Lectura de la Lección.




24. Siempre, durante la comida y cena en el convento, que se lean las Sagradas Escrituras, si ello es posible. Si amamos a Dios, sus Santas palabras y sus Santos Mandamientos, desearemos escuchar atentamente; y el lector da texto os reclamará silencio antes de comenzar a leer.




Sobre Pucheros y Vasos.




25. Debido a la escasez de pucheros, los hermanos comerán por parejas, de tal forma que uno pueda observar más de cerca al otro, y para que ni la austeridad ni la abstinencia en secreto sean introducidas, en la comida de comunidad. Y nos parece justo que cada hermano tenga la misma ración de vino en su copa.




Sobre comer Carne.




26. Deberá ser suficiente, comer carne tres veces por semana, excepto por Navidad, Todos los Santos, la Asunción y la festividad de los doce apóstoles. Porque se entiende que la costumbre de comer carne corrompe el cuerpo. Pero si un ayuno en el que se debe suprimir la carne cae en Martes, al día siguiente será dada en cantidad a los hermanos. Y los Domingos todos los hermanos del Temple, los capellanes y clérigos recibirán dos ágapes de carne en honor a la santa resurrección de Cristo Jesús. Y el resto de la casa, que incluye los escuderos y sargentos, deberán contentarse con una comida y estar agradecidos al Señor por ella.




Sobre las comidas entre Semana.




27. Sobre los otros días de la semana, que son Lunes, Miércoles e incluso Sábados, los hermanos tengan dos o tres comidas de vegetales u otros platos comidos con pan; y nosotros creemos que es suficiente y ordenamos que así sea. De tal manera que aquel que no coma en una comida, lo haga en la otra.






Sobre la comida del Viernes.






28. Los Viernes, que se ofrezca a toda la congregación, comida cuaresmal, surgida de la reverencia hacia la pasión de Cristo Jesús; y haréis abstinencia desde la festividad de Todos los Santos hasta la Pascua, excepto el día de Navidad, la Asunción y la festividad de los doce apóstoles. Pero los hermanos débiles o enfermos no deberán ser obligados a esto. Desde Pascua hasta la fiesta de Todos los Santos pueden comer dos veces, mientras no sea abstinencia general.



Sobre Dar las Gracias.




29. Siempre, después de cada comida o cena todos los hermanos deberán dar gracias a Dios en la iglesia y en silencio si ésta se encuentra del lugar dónde comen, y si no lo está en el mismo lugar en donde hayan comido. Con humildad deberán dar gracias a Cristo Jesús quien es el Señor que Provee. Dejad que los trozos de pan roto, sean dados a los pobres y los que estén en rodajas enteras, sean guardados. Aunque la recompensa de los pobres sea el reino de los cielos, se ofrecerá a los pobres sin dudarlo, y la fe Cristiana os reconocerá entre los suyos; por tanto concertamos, que una décima parte del pan sea entregado a vuestro Limosnero.




Sobre la Merienda.




30. Cuando cae el sol y comienza la noche escuchad la señal de la campana o la llamada a oración, según las costumbres del país, y acudid todos a capítulo. Pero disponemos que primero merendéis; si bien dejamos la toma de este refrigerio al arbitrio y discreción del Maestre. Cuando queráis agua u ordenéis, por caridad, vino aguado, que se os dé con comedimiento. Ciertamente, no deberá ser en exceso, sino con moderación. Porque Salomón dijo: Quia vinum facit apostatare sapientes. Que quiere decir que el vino corrompe a los sabios.




Sobre mantenerse en Silencio.




31. Cuando los hermanos salgan del capítulo no deben hablar abiertamente excepto en una emergencia. Dejad que cada uno vaya a su cama tranquilo y en silencio, y si necesita hablar a su escudero, se lo deberá decir en voz baja. Pero si por casualidad, a la salida del capítulo, la caballeresca o la casa tiene un serio problema, que debe ser solventado antes de la mañana, entendemos que el Maestre o el grupo de hermanos mayores que gobiernan la Orden por el Maestre, puedan hablar apropiadamente. Y por esta razón obligamos que sea hecho de esta manera.



32. Porque está escrito: In multiloquio non effugies peccatum. Que quiere decir que el hablar en demasía no está libre de pecado. Y en algún otro lugar: Mors et vita in manibus lingue. Que significa: 'La vida y la muerte están bajo el poder de la lengua.' Y durante esa conversación nosotros conjuntamente prohibimos palabras vanas y estruendosos ataques de risa. Y si algo se dice, durante esa conversación, que no debería haberse dicho, ordenamos que al acostaros recéis un pater noster con notable humildad y sincera devoción.




Sobre los Hermanos Convalecientes.




33. Los hermanos que por el trabajo de la casa padezcan enfermedad pueden levantarse a la matinas con el consentimiento y permiso del Maestre o de aquellos que se encarguen de ese menester. Deberán decir en lugar de las matinas trece paternosters, así queda establecido, de tal forma y manera que sus palabras reflejen su corazón. Así lo dijo David: Psallite sapienter. Que significa: 'Canta con sabiduría.' E igualmente dijo David: In conspectu Angelorum psallam tibi. Que significa: 'Yo cantaré para ti ante los ángeles.' Y dejad que esto sea siempre así y a la discreción del Maestre o de aquellos encargados de tal menester.






Sobre la Vida en Comunidad.






34. Leemos en las Sagradas Escrituras: Dividebatur singulis prout cuique opus erat. Que significa que a cada uno le será dado según su necesidad. Por esta razón nosotros decimos que ninguno estará por encima de vosotros, sino que todos cuidareis de los enfermos; y aquél que esté menos enfermo dará gracias a Dios y no se preocupará; y permitiréis que aquel que esté peor se humille mediante su debilidad y no se enorgullezca por la piedad. De este modo todos los miembros vivirán en paz. Y prohibimos a todos que abracen la excesiva abstinencia; si no que firmemente mantengan la vida en comunidad.



Sobre el Maestre.




35. El Maestre puede a quien le plazca entregar el caballo y la armadura y lo que desee de otro hermano, Y el hermano cuya cosa pertenecía no se sentirá vejado ni enfadado: porque es cierto que si se enfada irá contra Dios.




Sobre dar Consejos.




36. Permitir solo a aquellos hermanos que el Maestre reconoce que darán sabios y buenos consejos sean llamados a reunión; y así lo ordenamos, y que de ninguna otra forma alguien pueda ser escogido. Porque cuando ocurra que se desee tratar de materias serias; como la entrega de tierra comunal, o hablar de los asuntos de la casa, o recibir a un hermano, entonces si el Maestre lo desea, es apropiado reunir la congregación entera para escuchar el consejo de todo el capítulo; y lo que considere el Maestre mejor y más beneficioso, dejar que así se haga.




Sobre los Hermanos enviados a Ultramar.




37. Los Hermanos que sean enviados a diversos países del mundo deberán cuidar los mandatos de la Regla según su habilidad y vivir sin desaprobación respecto a la carne y el vino, etc. para que reciban elogio de extraños y no mancillar por hecho o palabra los preceptos de la Orden, y para ser un ejemplo de buenas obras y sabiduría; por encima de todo, para que aquellos con quienes se asocien y en cuyas posadas reposen, sean recibidos con honor. Y a ser posible, la casa donde duerman y se hospeden que no quede sin luz por la noche, para que los tenebrosos enemigos no los conduzcan a la maldad, dado que Dios así lo prohibe.




Sobre Mantener la Paz.




38. Cada hermano debe asegurarse de no incitar u otro a la ira o enojo, porque la soberana piedad de Dios ve al hermano fuerte igual que al débil, en nombre de la Caridad.




Cómo deben actuar los Hermanos.




39. A efecto de llevar a cabo sus santos deberes, merecer la Gloria del Señor y escapar del temible fuego del infierno, es acorde que todos los hermanos profesos obedezcan estrictamente a su Maestre. Porque nada es más agradable a Cristo Jesús que la obediencia. Por esta razón, tan pronto algo sea ordenado por el Maestre o en quien haya delegado su autoridad, deberá ser obedecido sin dilación como si Cristo lo hubiese impuesto. Por ello Cristo Jesús por boca de David dijo y es cierto: Ob auditu auris obedivit mihi. Que quiere decir: 'Me obedeció tan pronto me escuchó".



40. Por esta razón rezamos y firmemente dictaminamos a los hermanos caballeros que han abandonado su ambición personal y a todos aquellos que sirven por un período determinado a no salir por pueblos o ciudades sin el permiso del Maestre o de quien él haya delegado; excepto por la noche al Sepulcro y otros lugares de oración dentro de los muros de la ciudad de Jerusalén.



41. Allí, irán los hermanos por parejas, de otra forma no podrán salir ni de día ni de noche; y cuando se detienen en una posada, ningún hermano, escudero o sargento puede acudir a los aposentos de otro para verlo o hablar con él sin permiso, tal y como se ha dicho. Ordenamos por unánime consentimiento que en esta Orden regida por Dios, ningún hermano deberá luchar o descansar según su voluntad, sino siguiendo las ordenes del Maestre, a quien todos deben someterse, para que sigan las indicaciones de Cristo Jesús que dijo: Non veni facere voluntatem meam, sed ejus que misit me, patris. Que significa: 'Yo no vine a hacer mi propia voluntad, sino la voluntad de mi padre quien me envió.'




Cómo deben Poseer e Intercambiar.




42. Sin el permiso del Maestre o quien en su lugar ostente el cargo, que ningún hermano intercambie cosa alguna con otro, ni así lo pida, a menos que sea de escaso o nulo valor.




Sobre Cerrojos.




43. Sin permiso del Maestre o quien le represente, ningún hermano tendrá una bolsa o monedero que se pueda cerrar; pero los directores de casas o provincias y el Maestre no se atendrán a esto. Sin el consentimiento del Maestre o su comandante, que ningún hermano tenga cartas de sus parientes u otras personas; pero si tiene permiso, y así lo quiere el Maestre o comandante, estas cartas le pueden ser leídas.




Sobre Regalos de Seglares.




44. Si algo que no se puede conservar, como la carne, es regalado en agradecimiento, a un hermano por un seglar, lo presentará al Maestre o al Comandante de Avituallamiento. Pero si ocurre que uno de sus amigos o parientes desea regalárselo solo a él, que no lo acepte sin el permiso del Maestre o su delegado. Es más, si el hermano recibe cualquier otra cosa de sus parientes, que no lo acepte sin permiso del Maestre o de quien ostente el cargo. Especificamos, que los comandantes o mayordomos, que están a cargo de estos menesteres, que no se atengan a la citada regla.




Sobre Faltas.




45. Si algún hermano, hablando o en soldadesca, o de algún otro modo, comete una pecado venial, deberá voluntariamente decírselo al Maestre, para redimirse con el corazón limpio. Si no acostumbra a redimirse de este modo, que reciba una penitencia leve, pero si la falta es muy seria que se aleje de la compañía de sus hermanos de tal forma que no coma ni beba en la mesa con ellos, si no solo; y se someterá a la piedad y juicio del Maestre y hermanos, para que sea salvado el día del Juicio Final.




Sobre faltas Graves.




46. Por encima de todo, debemos asegurarnos que ningún hermano, poderoso o no, fuerte o débil, que desee promocionarse gradualmente devenga orgulloso, defienda su crimen y permanezca sin castigo. Pero si no quiere someterse por ello que reciba un castigo mayor. Y si misericordiosas oraciones del consejo se rezan por él a Dios, y él no quiere enmendarse, si no que se enorgullece más y más de ello, que sea erradicado del rebaño piadoso; según lo que el apóstol dice: Auferte malum ex vobis. Que quiere decir: 'Aparta los malvados de entre los tuyos.' Es necesario para vosotros separar las ovejas perversas de la compañía de los piadosos hermanos. 47. Es más, el Maestre, que debe llevar en su mano el báculo - y bastón de mando que sostiene las debilidades y fortalezas de los demás; deberá ocuparse de ello. Pero también, como mi señor St Maxime dijo: 'Que la misericordia no sea mayor que la falta; ni que el excesivo castigo encamine al pecador a regresar a sus malas acciones.'




Sobre las Murmuraciones.




48. Disponemos por divino consejo, el evitar las plagas: de envidia, murmuración, despecho y calumnia. Por tanto cada uno debe guardar celosamente los que el apóstol dijo: Ne sis criminator et susurro in populo. Que significa: 'No acuses o perjudiques al pueblo de Dios.' Pero cuando un hermano sepa con certeza que su compañero ha pecado, en privado y con fraternal misericordia que sea él mismo quien lo amoneste secretamente, y si no quiere escuchar, otro hermano deberá ser llamado, y si los rehusa a ambos, deberán decirlo públicamente ante el capítulo. Aquellos que deprecian a sus semejantes sufren de terrible ceguera y muchos están llenos de gran tristeza ya que no desarraigan la envidia que sienten hacia otros; y por ello serán arrojados hacia la inmemorial perversidad del demonio.




Que Nadie se Enorgullezca de sus Faltas.




49. Las palabras vanas se sabe son pecaminosas, y las dicen aquellos que se enorgullecen de su propio pecado ante el justo juez Cristo Jesús; lo que queda demostrado por las palabras de David: Obmutui et silui a bonis. Que significa que uno debería incluso refrenarse de hablar bien, y observar el silencio. Asimismo prevenid hablar mal, para evitar la desgracia del pecado. Ordenamos y firmemente prohibimos a un hermano que cuente a otro hermano o a cualquiera, las valientes acciones que llevó a cabo en su vida seglar y los placeres de la carne que mantuvo con mujeres inmorales. Deberán ser consideradas faltas cometidas durante su vida anterior y si sabe que ha sido expresado por algún otro hermano, deberá inmediatamente silenciarlo; y si no puede lograrlo, abandonará el lugar sin permitir que su corazón se mancille por estas palabras.




Que Nadie Pida.




50. A esta costumbre de entre otras, ordenamos que os adhiráis firmemente: que ningún hermano explícitamente pida el caballo o la armadura de otro. Se hará de la siguiente manera: si la enfermedad de un hermano o la fragilidad de sus animales o armadura es conocida y por lo tanto no puede hacer el trabajo de la casa sin peligro, que acuda al Maestre, y exponga la situación en solícita fe y verdadera fraternidad, y se atenga a la disposición del Maestre o de quien ostente su cargo.




Sobre animales y escuderos.




51. Cada hermano caballero puede tener tres caballos y ninguno más sin el permiso del Maestre, debido a la gran pobreza que existe en la actualidad en la casa de Dios y en el Templo de Salomón. A cada hermano le permitimos tres caballos y un escudero; y si éste último sirve voluntariamente por caridad; el hermano no debería pegarle por los pecados que cometa.




Que ningún Hermano pueda tener una brida ornamentada.




52. Nosotros prohibimos seriamente a cualquier hermano que luzca oro o plata en sus bridas, estribos, ni espuelas. Esto se aplica si las compra; pero si le son regalados en caridad, los arneses la plata y el oro que sean tan viejos que no reluzcan, que su belleza no pueda ser vista por otros ni ser signo de orgullo: entonces podrá quedárselos. Pero si le son regalados equipos nuevos que sea el Maestre quien disponga de ellos como crea oportuno.




Sobre fundas de Lanza.




53. Que ningún hermano tenga una funda ni para su lanza ni para su escudo, pues no es ninguna ventaja, al contrario podría ser muy perjudicial.




Sobre las bolsas de comida.




54. Este mandato que establecemos es conveniente para todos y por esta razón exigimos sea mantenido de ahora en adelante, y que ningún hermano pueda hacerse una bolsa para comida de lino o lana, o de cualquier otro material que no sea profinel.




Sobre la Caza.




55. Prohibimos colectivamente que ningún hermano cace un ave con otra. No es adecuado para un religioso sucumbir a los placeres, sino escuchar voluntariamente los mandamientos de Dios, estar frecuentemente orando y confesar diariamente implorando a Dios en sus oraciones el perdón de los pecados que haya cometido. Ningún hermano puede presumir de la compañía de un hombre que caza a un ave con otra. Al contrario es apropiado para un religioso actuar simple y humildemente sin reír ni hablar en demasía, con razonamiento y sin levantar la voz. Y por esta razón, disponemos especialmente a todos los hermanos que no se adentren en el bosque con lanzas ni arcos para cazar animales, ni que lo hagan en compañía de cazadores, excepto promovidos por el amor a salvaguardarlos de los paganos infieles. Ni deberéis ir con perros, ni gritar ni conversar, ni espolear vuestro caballo solo por el deseo de capturar una bestia salvaje.




Sobre el León.




56. Es verdad que os habéis responsabilizado a entregar vuestras almas por vuestros hermanos, tal y como lo hizo Cristo Jesús, y defender la tierra de los incrédulos paganos, enemigos del hijo de la Virgen María. Esta mentada prohibición de caza no incluye en forma alguna al león, dado que viene sigiloso y envolvente a capturar su presa, con sus zarpas contra el hombre e id con vuestras manos contra él.




Cómo pueden tener propiedades y hombres.




57. Esta bondadosa nueva orden la creemos emana de las Sagradas Escrituras y de la divina providencia en la Sagrada Tierra del Este. Lo que significa que esta compañía armada de caballeros puede matar a los enemigos de la cruz sin pecar. Por esta razón juzgamos que debéis ser llamados Caballeros del Temple, con el doble mérito y la gallardía de la honestidad; que podáis poseer tierras y mantenerlas, villanos y campos y los gobernéis con justicia, e impongáis vuestro derecho tal y como está específicamente establecido.




Sobre los Diezmos.




58. Vosotros habéis abandonado las seductoras riquezas de este mundo y os habéis sometido voluntariamente a la pobreza; y por ello hemos resuelto que los que viváis en comunidad podáis recibir diezmos. Si el obispo de la localidad, a quien el diezmo se debería entregar por derecho, desea darlo en caridad; con el consentimiento del capítulo, puede donar esos diezmos que posee su Iglesia. Es más, si un plebeyo guarda los diezmos de su patrimonio para sí, y en contra de la Iglesia, y desea cederlos a vosotros lo puede hacer con el permiso del prelado y su capítulo.




Sobre hacer Juicios.




59. Sabemos, ya que lo hemos visto, que los perseguidores y amantes de peleas y dedicados cruelmente a atormentar a los fieles de la Sagrada Iglesia y a sus amigos, son incontables. Por el claro juicio del consejo, ordenamos que si alguien en los lugares del Este o en cualquier otro sitio os solicita parecer, por creyentes y amantes de la verdad debéis juzgar el hecho, si la otra parte accede. Este mismo mandato se aplicará siempre que algo os sea robado.




Sobre los Hermanos Ancianos.




60. Disponemos por consejo compasivo que los hermanos ancianos y débiles sean honrados con diligencia y reciban la atención de acuerdo con su fragilidad; y cuidados por la autoridad de la Regla en aquellos menesteres necesarios para su bienestar físico, y que en forma alguna se sientan afligidos.




Sobre los Hermanos Enfermos.




61. Que los hermanos enfermos reciban la consideración y los cuidados y sean servidos según las enseñanzas del evangelista y de Cristo Jesús: Infirmus fui et visitastis me. Que significa: ' Estuve enfermo y me visitaste'; y que esto no sea olvidado. Porque aquellos hermanos que están dolientes deberán ser tratados con dulzura y cuidado, porque por tal servicio, llevado a cabo sin titubear, ganareis el reino de los cielos. Por lo tanto pedimos al Enfermero que sabia y fervientemente provea lo necesario a los diversos hermanos enfermos, como carne, viandas, aves y otros manjares que los retornen a la salud, según los medios y posibilidades de la casa.




Sobre los Hermanos Fallecidos.




62. Cuando un hermano pase de la vida a la muerte, algo de lo que nadie está excluido, digáis misa por su alma con misericordioso corazón, y que el divino oficio sea ejecutado por los curas que sirven al rey. Vosotros que servís a la caridad por un tiempo determinado y todos los hermanos que estén presentes frente al cadáver rezareis cien paternosters durante los siete siguientes días. Y todos los hermanos que están bajo la orden de la casa del hermano fallecido rezaran los cien paternosters, como se ha dicho anteriormente; después de conocerse la muerte y por la misericordia de Dios. También rogamos y ordenamos por autoridad pastoral que un mendigo sea alimentado con carne y vino durante cuarenta días en memoria del hermano finado, tal y como lo hiciera si estuviera vivo. Nosotros explícitamente prohibimos todos los anteriores ofrecimientos que solían hacer por voluntad y sin discreción los Pobres Caballeros del Templo ante la muerte de hermanos, en la celebración de Pascua u otras fiestas.



63. Es más, debéis profesar vuestra fe con pureza de corazón de día y de noche para que puedan compararos, en este aspecto, con el más sabio de los profetas, que dijo: Calicem salutaris accipiam. Que quiere decir: 'Yo beberé de la copa de salvación.' Lo cual significa: 'Vengaré la muerte de Cristo con mi muerte. Porque de la misma manera en que Cristo Jesús dio su cuerpo por mí, de la misma forma estoy preparado para dar mi alma por mis hermanos.' Esta es una ofrenda apropiada; un sacrificio viviente y del agrado de Dios.




Sobre los Sacerdotes y clérigos que sirven a la Caridad.




64. La totalidad del concilio en consejo os ordena rendir ofrendas y toda clase de limosnas sin importar el modo en que puedan ser dadas, a los capellanes y clérigos y a los que restan en la caridad por un tiempo determinado. Siguiendo los mandatos de Dios nuestro Señor, los sirvientes de la iglesia pueden solo recibir ropa y comida, y no pueden presumir de poseer nada a menos que el Maestre desee dárselo por caridad.




Sobre los Caballeros seglares.




65. Aquellos que por piedad sirven y permanecen con vosotros por un tiempo determinado son caballeros de la casa de Dios y del Templo de Salmón. Por lo tanto con piedad rezamos y así disponemos finalmente que si durante su estancia, el poder de Dios se lleva a alguno de ellos, por amor a Dios y propio de la fraternal misericordia, un mendigo sea alimentado durante siete días para la salvación de su alma, y cada hermano en esa casa deberá rezar treinta paternosters.




Caballeros Seglares que Sirven por tiempo determinado.




66. Ordenamos que todos los caballeros seglares que deseen con pureza de corazón servir a Cristo Jesús y la casa del Templo de Salomón por un periodo determinado que adquieran, cumpliendo con la norma, un caballo y armas adecuados y todo lo necesario para la tarea. Es más, que ambas partes den un precio al caballo y que este precio quede por escrito para no ser olvidado; y dejad que todo lo que el caballero, su escudero y su caballo necesiten, provenga de la caridad fraternal según los medios de la casa. Si durante ese tiempo determinado, ocurre que el caballo muere en el servicio de la casa, si la casa lo puede costear, el Maestre lo repondrá. Si al final de su estadía, el caballero desea regresar a su país, deberá dejar en la casa por caridad, la mitad del precio del caballo, y la otra mitad puede, si lo desea, recibirla de las limosnas de la casa.




Sobre la Promesa de los Sargentos.




67. Dado que los escuderos y sargentos que deseen caritativamente servir en la casa del Temple, por la salvación de su alma y por un periodo determinado, vienen de regiones muy diversas, es prudente que sus promesas sean recibidas, para que el enemigo envidioso no los haga arrepentirse y renunciar a sus buenas intenciones.




Sobre las Capas Blancas.




68. Por unánime consenso de la totalidad del capítulo, prohibimos y ordenamos la expulsión, por vicioso, a cualquiera que sin discreción haya estado en la casa de Dios y de los Caballeros del Temple. También, que los sargentos y escuderos no tengan hábitos blancos, dado que esta costumbre ha traído gran deshonra a la casa; pues en las regiones más allá de las montañas falsos hermanos, hombres casados y otros que fingían ser hermanos del Temple las usaron para jurar sobre ellas; sobre asuntos mundanos. Trajeron tanta vergüenza y perjuicio a la Orden de Caballería que hasta sus escuderos se rieron; y por esta razón surgieron muchos escándalos. Por tanto, que se les entreguen hábitos negros; pero si éstos no se pueden encontrar, se les deberá dar lo que se encuentre en esa provincia; o lo que sea más económico, que es burell.




Sobre hermanos Casados.




69. Si hombres casados piden ser admitidos en la fraternidad, favorecerse y ser devotos de la casa, permitimos que los recibáis bajo las siguientes condiciones: al morir deberán dejar una parte de sus propiedades y todo lo que hayan obtenido desde el día de su ingreso. Durante su estancia, deberán llevar una vida honesta y comprometerse a actuar en favor de sus hermanos, pero no deberán llevar hábitos blancos ni mandiles. Es más, si el señor fallece antes que su esposa, los hermanos se quedarán solo con una parte de su hacienda, dejando para la dama el resto, a efecto de que pueda vivir sola de ella durante el resto de su existencia; puesto que no es correcto ante nosotros, que ella viva como cofrade en una casa junto a hermanos que han prometido castidad a Dios.




Sobre Hermanas.




70. La compañía de las mujeres es asunto peligroso, porque por su culpa el provecto diablo ha desencaminado a muchos del recto camino hacia el Paraíso. Por tanto, que las mujeres no sean admitidas como hermanas en la casa del Temple. Es por eso, queridos hermanos, que no consideramos apropiado seguir esta costumbre, para que la flor de la castidad permanezca siempre impoluta entre vosotros.




Que no tengan intimidad con mujeres.




71. Creemos imprudente para un religioso mirar mucho la cara de una mujer. Por esta razón ninguno debe atreverse a besar a una mujer, sea viuda, niña, madre, hermana, tía u otro parentesco; y recomendamos que la caballería de Cristo Jesús evite a toda costa los abrazos de mujeres, por los cuales muchos hombres han perecido, para que se mantengan eternamente ante Dios con la conciencia pura y la vida inviolable.




No ser Padrinos.




72. Prohibimos que los hermanos, de ahora en adelante, lleven niños a la pila bautismal. Ninguno deberá avergonzarse de rehusar ser padrino o madrina; ya que esta vergüenza trae consigo más gloria que pecado.




Sobre los Mandatos.




73. Todos los mandatos que se han mencionado y escrito aquí, en esta Regla actual están sujetos a la discreción y juicio del Maestre. Estos son los Días Festivos y de Ayuno que todos los Hermanos deben Celebrar y Observar.



74. Que sepan todos los presentes y futuros hermanos del temple que deben ayunar en las vigilias de los doce apóstoles. Que son: San Pedro, San Pablo, San Andrés, San Jaime, y San Felipe; Santo Tomás, San Bartolomé, San Simón y San Judas Tadeo, San Mateo. La vigilia de San Juan Bautista; la vigilia de la Ascensión y los dos días anteriores; los días de rogativas; la vigilia de Pentecostés; las cuatro Témporas; la vigilia de San Lorenzo, la vigilia de Nuestra Señora de la Ascensión; la vigilia de Todos los Santos; la vigilia de la Epifanía. Y deberán ayunar en todos los días citados según la disposición del Papa Inocencio en el Concilio de la ciudad de Pisa. Y si alguno de los días de ayuno cae en Lunes, deberán ayunar el Sábado anterior. Si la Natividad de Nuestro Señor cae en Viernes, los hermanos comerán carne en honor de la fiesta. Pero deberán ayunar en el día de San Marcos debido a las Letanías: porque así ha sido establecido por Roma para los hombres mortales. Sin embargo, si cae durante la octava de Pascua, no deberán ayunar. Estos son los Días de Ayuno que deberán ser observados en la Casa del Temple.



75. La natividad de Nuestro Señor; la fiesta de San Esteban; San Juan Evangelista; los Santos Inocentes; el octavo día después de Navidad que es el día de Año Nuevo; la Epifanía; Santa María Candelaria; San Matías Apóstol; la Anunciación de Nuestra Señora en Marzo; Pascua y los tres días siguientes al día de San Jorge; los Santos Felipe y Jaime, dos apóstoles; el encuentro de la Vera Cruz; la Ascensión del Señor; Pentecostés y los dos días siguientes; San Juan Bautista; San Pedro y San Pablo, dos apóstoles; Santa María Magdalena; San Jaime Apóstol; San Lorenzo; la Ascensión de Nuestra Señora; la natividad de Nuestra Señora; la Exaltación de la Cruz; San Mateo Apóstol, San Miguel; Los Santos Simón y Judas; la fiesta de Todos los Santos; San Martín en invierno; Santa Caterina en invierno; San Andrés, San Nicolás en invierno; Santo Tomás Apóstol.



76. Ninguna de las fiestas menores se debe observar en la casa del Temple. Y deseamos y aconsejamos que se cumpla estrictamente: todos los hermanos del Temple deberán ayunar desde el Domingo anterior a San Martín hasta la Natividad de Nuestro Señor, a menos que la enfermedad lo impida. Si ocurre que la fiesta de San Martín cae en Domingo, los hermanos no tomarán carne el Domingo anterior.